M. Proust: El tiempo recobrado

 


Puede que el verano del 69 ya lo pasara yo en Campolivar. No recuerdo bien cuántos veranos estuve allí. Los recuerdos, las fotografías de entonces, son preciosos tesoros que morirán conmigo. Para los que sepan de ellos o las vean, serán cuentos de abuelo o antiguas fotos en los que ya no reconocerán a nadie. Por aquel entonces, para llegar al chalet de mis tías, teníamos que ir por la Avenida de Burjassot. Cuando pasábamos por el cerramiento de lo que probablemente ya era el Parque de Benicalap, ese cerramiento tan peculiar, blanco, sinuoso, que acompañaba el lento deambular del coche, sabía que quedaba poco para llegar al destino. Bastantes años más tarde, cuando iba al parque a festejar, entrábamos por la calle Louis Braille y el muro con sus ojos vueltos a la avenida por la que yo pasaba en el coche años atrás y me servía de señal de que el viaje acabaría pronto, me era totalmente indiferente. Cuando en septiembre de 2017 empecé a pasar junto al Parque cada día al ir o al volver del trabajo, pensé: nada, miro este muro, y no siento nada. Creía que un sentimiento hermoso, melancólico y romántico, un abrazo cálido, amoroso, maternal, envolvería mi persona. Pero no sentía nada de aquello… No me veía dentro del coche, niño, mirando con una sonrisa por la ventana. No acudió un torrente de recuerdos del pasado lejano desplegándose en un abanico en cuyo país, entrecortado por el varillaje, pudiera observar el paisaje de mi vida y seleccionar un momento u otro desplegando o cerrando, ahora estas varillas después esas otras. 


En El tiempo recobrado, una obra maestra, Proust nos da una lección de Literatura y de Vida. Absolutamente superior a los dos tomos anteriores, en los que la relación tóxica con Albertina y los celos son protagonistas excesivos, en este último tomo encontramos de todo.

Inicialmente el narrador vuelve a Combray a estar una temporada con Gilberta. Es la continuación del tomo anterior (La busca 6). Proust juega con nosotros sabiendo que la idea de que ambos, tras reconocer que hubo en el pasado amor, vuelvan a enamorarse nos será atractiva. Pero no. Nada de aquello interesa al narrador. Ella está casada con Saint-Loup y él sabe que su marido se ha “desviado” de la fidelidad hacia el “perverso” mundo de la homosexualidad. Y entonces, el tiempo se hace presente.

Mejor dicho, el presente se hace protagonista por primera vez en toda la obra. La primera Guerra Mundial empieza y afecta a todos. El narrador, que ha tenido que pasar largas temporadas en un sanatorio, regresa al París bélico, al presente (o pasado más inmediato). La narración se vuelve kafkiana en sus recorridos por el París asediado. La visita al “templo del impudor” en el que el señor de Charlus se muestra como un ser depravado rodeado de otros seres depravados no parece haber salido de la misma pluma que el resto de la obra.

Acabada la guerra, tras otra estancia en un sanatorio, el narrador regresa ya a un presente inmediato y es consciente al ver a los protagonistas que siguen vivos del Tiempo. Cuando le invitan a una fiesta los Guermantes, los ve a todos viejos, como si le hubieran invitado a una fiesta de disfraces y todos hubieran decidido ponerse canas, dejarse barbas largas, aumentar de peso, ponerse máscaras. Y en ese momento en el que “recupera el tiempo”, los recuerdos, el método, la idea de escribir En busca del tiempo perdido como una obra vital, como un detallado esfuerzo de retratar su vida y su mundo se le aparece clara y potente. Su incapacidad literaria, que en varias ocasiones ha sido relatada, desaparece. Ahora sabe lo que hay que hacer y lo que no:

la literatura que se limita a «describir las cosas», a dar solamente una mísera visión de líneas y de superficies es la que, llamándose realista, está más lejos de la realidad, la que más nos empobrece y nos entristece, pues corta bruscamente toda comunicación de nuestro yo presente con el pasado, cuyas cosas conservaban la esencia, y el futuro, en el que nos incitan a gustarla de nuevo.

La idea de reconstrucción del pasado a partir de las impresiones que objetos, momentos o vivencias actuales nos lleva hasta él, esa impresión que yo en balde busqué encontrar al volver a pasar junto el cerramiento del parque de Benicalap, se nos muestra como el método de trabajo, creativo.

Entonces surgió en mí una nueva luz, menos resplandeciente sin duda que la que me había hecho percibir que la obra de arte era el único medio de recobrar el Tiempo perdido. Y comprendí que todos esos materiales de la obra literaria eran mi vida pasada; comprendí que vinieron a mí, en los placeres frívolos, en la pereza, en la ternura, en el dolor, almacenados por mí, sin que yo adivinase su destino, ni su supervivencia, como no adivina el grano poniendo en reserva los alimentos que nutrirán a la planta.

Pero nos depara una sorpresa final este narrador que no parecer estar nunca satisfecho. Un problema cerebral le hace perder, momentáneamente al parecer, los recuerdos. Aún así es consciente de que tiene que escribir una gran obra, que quiere escribir una gran obra y que su ambición y esfuerzo son las claves para lograrlo. Junto a su estimada Francisca, compañera y ayudante apreciada en muchas partes de la obra.

nuestros más grandes temores, como nuestras mayores esperanzas, no son superiores a nuestras fuerzas y podemos acabar por dominar los unos y realizar las otras.

Y como yo ya había leído en otra ocasión sobre lo que es una gran obra nos dice:

Mas, volviendo a mí mismo, yo pensaba más modestamente en mi libro, y aún sería inexacto decir que pensaba en quienes lo leyeran, en mis lectores. Pues, a mi juicio, no serían mis lectores, sino los propios lectores de sí mismos, porque mi libro no sería más que una especie de esos cristales de aumento como los que ofrecía a un comprador el óptico de Combray; mi libro, gracias al cual les dada yo el medio de leer en sí mismos, de suerte que no les pediría que me alabaran o me denigraran, sino sólo que me dijeran si es efectivamente esto, si las palabras que leen en ellos mismos son realmente las que yo he escrito (pues, por lo demás, las posibles divergencias a este respecto no siempre se debían a que yo me hubiera equivocado, sino a que a veces los ojos del lector no fueran los ojos que convienen a mi libro para leer bien en sí mismo).

Las otras reseñas de En busca del tiempo perdido: La busca 1(1), La busca 1(2), La busca 2, La busca 3, La busca 4, La busca 5, La busca 6.

 

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