M. Proust: En busca del tiempo perdido II: A la sombra de las muchachas en flor





II


Podríamos decir: más de lo mismo. Y como el primer libro es muy bueno…pues ya está todo dicho, ¿no?

Proust sigue desentrañando la vida de sus personajes de la misma manera magistral. Como dato curioso, es con este segundo volumen con el que alcanza el reconocimiento al obtener el Premio Goncourt.

En A la sombra de las muchachas en flor hay dos partes. En la primera parte el narrador describe la relación con Gilberta y el paradójico fin que decide él poner a esta relación. Si en el primer volumen, segunda parte, Swann era presentado como un enfermo de amor y de celos, en esta primera parte el narrador se muestra también como un ser maniático. Reflexivo en demasía, decide poner remedio a la enfermedad antes, si acaso, que se produzca. Así hace todo lo posible para no caer en el hechizo de Gilberta, hechizado ya por ella. Esto nos permite saber más cosas de Odette, pues entre las ocurrencias del narrador está la de mostrar a Gilberta que no está interesado en ella visitando a la madre cuando ella no está.

En la segunda parte el narrador se va de viaje con su abuela a Balbec, en donde hay un balneario. Otro lugar literario, de ensueño, en el que va a encontrar nuevos personajes interesantes, como el pintor Elstir, y por supuesto, al grupo de muchachas a la que se refiere el título. Podemos decir que si en el primer volumen de la obra es la música, a través del músico Vinteuil y la literatura con Bergotte, las expresiones artísticas que son analizadas, ahora es la pintura. Por supuesto que la política, las relaciones sociales, el amor, el tiempo y la memoria, siguen siendo reflexiones que hace el narrador. Y como original muestra de enamoramiento, es la que vive el narrador con todo el grupo de “chiquillas”. Aunque, por encima de todas está Albertine. 

Pero no encuentra solo a nuevos personajes, también aparecen al final del tomo el señor Swann y la Sra de Guermantes, entrelazándose así algunos caminos abiertos en el primer tomo y en este segundo. Entrenudo que se muestra como inicio del tercer volumen.

Cuando volví a encontrarme a solas en casa, al recordar que había ido a hacer un recado por la tarde con Albertine, que dos días después cenaba en casa de la Sra. de Guermantes y debía responder a una carta de Gilberte, mujeres las tres a quienes había amado, me dije que nuestra vida social está —como un taller de artista— llena de los esbozos desechados en los que en determinado momento habíamos creído poder fijar nuestra necesidad de un gran amor, pero no pensé en que a veces, si el esbozo no es demasiado antiguo, puede ocurrir que lo reanudemos y hagamos con él una obra totalmente distinta y tal vez incluso más importante que la que habíamos proyectado en un principio.





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