M. Proust: En busca del tiempo perdido 1. Por el camino de Swann.
Sin lugar a dudas, una obra maestra.
I
Leí este primer tomo de la emblemática
obra de Proust En busca del tiempo
perdido, cuando iba al instituto. Esta es la tercera vez que lo leo.
Imitando al galo…
…al empezarlo de nuevo, la
biblioteca que había en casa de mi hermana se me ha aparecido ante mis ojos y
me he encontrado con la colección de obras inmortales de la Literatura
Universal de la que formaba parte, en dos tomos, Por el camino de Swann de
Marcel Proust. También, inesperado, y por tanto delicioso, el recuerdo de la
colección de Premios Nobel de Literatura de mi hermana que por entonces tanto me
llamó la atención, ha surgido ante mí. En aquellos años, antes de que me
asaltara la pasión por la Física, yo quería ser escritor. Hacía mis pinitos en poesía
y me presentaba a concursos de relatos. Así que el mueble librero de madera
rojiza, precioso, con estantes fuertes repletos de aquellos libros, fue abrigo y
referencia para mi alma en formación. Leía los títulos en los lomos todavía nuevos
y me imaginaba el orden de lectura que me llenaría de gozo.
En verdad, en la adolescencia (y
puede que durante toda nuestra vida), somos poca cosa; como un pequeño pino que
surge entre unas piedras junto a una mata de romero silvestre que puede que, en
manos del azar, acabe ahogándote entre sus ramas o, milagrosamente, te sirva de
refugio hasta que lo superes en altura y vigor.
Pero con dieciséis años, a pesar
de que uno quiera ser poeta, una obra como Por
el camino de Swann puede hacerse pesada, como dije en la reseña de El quadern gris.
Los libros, quizás, tengan su
momento, como las ciudades, o los museos. Y así puede que volvamos defraudados
de un viaje porque la ciudad que hemos visitado no nos ha gustado mucho o, al
contrario, encantados, porque nos ha maravillado. Y, semejantemente, aunque una
lectura haya sido dura, o muy agradable, el renunciar a repetirla, al igual que
el dejar de volver a una ciudad en la que ya hemos estado, o abstenerse de
entrar en ese museo que visitamos hace tiempo y nos encantó, no sea un acierto
por mucho que la premura de conocer cosas nuevas nos condicione. Porque ¿acaso no
hay mayor estupidez que dejarnos arrastrar por lo urgente para apartar a un lado
lo importante? Ya lo dice Swann:
“Lo que a mí me parece mal en los periódicos es que soliciten todos los
días nuestra atención para cosas insignificantes, mientras que los libros que
contienen cosas esenciales no los leemos más que tres o cuatro veces en toda
nuestra vida”.
Y este libro es, mucho me temo,
uno de esos libros esenciales que permanecerá sobre los anaqueles de
innumerables hogares, encerrado tras los cristales de las vitrinas.
He hecho referencia a El quadern gris por la mención que hace
Pla de Proust en su dietari, una
mención, digamos, incitadora a su lectura, sin ahorrarse elogio alguno, que también
incluye el comentario y agradecimiento siguiente: “Proust és un dels cims més alts de la literatura d'avui. Vull que quedi
constància de l'agraïment que sento per Joaquim Borralleras pels esforços que
ha fet per incitar-me a llegir-lo”. Y así podemos entender que casi se
estaba convirtiendo para él en una obligación leerlo dada la notoriedad que
estaba alcanzando el parisino, ganador del Goncourt en 1919. Y esa obligación
es la que yo también sentí y me hizo volver a El camino un poco antes del verano pasado. Curiosamente, aunque me
faltaban unas decenas de páginas para acabarlo antes de empezar las vacaciones,
al llegar éstas lo aparqué hasta una oportunidad mejor. Y al acabar la
interesante última obra de Auster, me he dado, afortunadamente, esta nueva
oportunidad.
Una obra maestra.
En esta ocasión he sentido algo
parecido a lo que sentí al releer la segunda parte de El Quijote. Proust no necesita hacer una segunda parte para hablar
de sí mismo y de su obra, como hizo Cervantes; Proust, desde el primer momento,
se contempla a sí mismo, a su obra y a sus personajes. En un momento dice: “Preferimos hablar de originalidad, gracia,
delicadeza, fuerza, hasta que llega un día en que nos damos cuenta de que todo
eso es cabalmente el talento”. Y eso es lo que se nota en toda la obra:
TALENTO. De hecho Bloom compara a Proust con el propio Shakespeare: “ningún novelista del siglo XX puede igualar
su lista de vívidos personajes […] de
hecho desafía a Shakespeare en su capacidad de crear personajes”. Sin embargo, más que el merecido elogio, lo
que me ha llamado más la atención del análisis de Bloom de La busca, como él llama a la obra completa, es que destaca el sentido
del humor. Porque no recordaba yo haberme reído en las anteriores veces que he
leído este libro, y en esta ocasión lo he hecho en varios momentos.
(...)
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