Ramón Pérez de Ayala: Tigre Juan y El curandero de su honra


 

Hay algunos autores clásicos cuyo estilo no me gusta. Sí no recuerdo mal ya he dicho esto en alguna que otra reseña.  En particular Valle-Inclán en sus novelas y también Pérez de Ayala. Es una cuestión de gusto, porque ambos son unos prosistas excelentes. Pero, al mismo tiempo, exigentes con el lector. En particular, Pérez de Ayala.

Aunque la temática sea bastante popular, Ayala busca siempre mostrar dominio del lenguaje y mucho conocimiento. Su prosa es muy culta, incluso, permítase la paradoja, cuando hace que sus personajes hablen coloquialmente, con vocablos propios del lugar o modismos. Me da la sensación de que siempre quiere mostrar que sabe mucho. ¿Pedante? No diría eso. Creo que es una cuestión de estilo. Intelectualismo, lo llaman los críticos. No obstante, hay que quitarse el sombrero ante esta doble novela, que algunos críticos consideran su mejor obra.

En Nosotros, los Rivero, la narradora hace en un momento referencia a los autores principales relacionados con Oviedo durante la época narrada: Clarín y Pérez de Ayala. En particular, sobre este último, menciona concretamente Tigre Juan.

Comenté en mi reseña a La Regenta, que a mí juicio Clarín quiso reunir en algún momento a los dos personajes masculinos más importantes de nuestra literatura, Don Quijote y Don Juan. Por aquel entonces empecé a seguir la pista a este último personaje a lo largo del tiempo. Así leí El burlador de Sevilla, El estudiante de Salamanca, Don Juan Tenorio, Don Juan de Azorín, Don Juan de Torrente Ballester... Y tenía pendiente y previsto leer Tigre Juan, visión, ahora lo sé, muy particular de Ayala.

Tigre Juan y El curandero de su honra (1926) aparentemente son dos novelas separadas (de hecho, así se publicaron). Sin embargo, es evidente que narran un bloque unificado de acontecimientos. El poner los dos títulos evidencia la intención del autor por diferenciar la evolución sicológica del protagonista principal. Y también la de tratar el tema de dos maneras diferentes. Se enmarca en el proceso desmitificador de Don Juan, propio de la época.

Así, en la primera parte se muestra a Tigre Juan como un misógino, en cierta medida defensor del donjuanismo, como una actitud necesaria debido al carácter libertino y depravado de la mujer, “creada” pecadora. Esto se argumenta por parte de Tigre Juan para evitar que su sobrino, hijo adoptado, Colás, no sufra de enamoramientos. Asistimos, sin embargo, al enamoramiento y rechazo de Colás junto a la desesperación de Tigre Juan, cuyas opiniones sobre la mujer más se extreman. No obstante, vamos conociendo su pasado y comprendemos el origen de esa posición claramente absurda del protagonista.

Colás decide enrolarse como soldado (en busca de una muerte honrosa) y Tigre Juan, desesperado, urde un plan de venganza contra la mujer que ha despechado a su sobrino. Asombrosamente, quizás, se da la vuelta la tortillaJuan Guerra Madrigal pasa de ser Tigre Juan a Juan Cordero. Pero no se entienda este último mote como chanza o menosprecio. Ayala simboliza así al nuevo hombre, muy semejante a la nueva masculinidad que tanto se nombra desde hace unos años, al que la sociedad mira y trata con desprecio.

"En esto, Mini rompe a berrear. Tigre Juan, olvidándose de todo, coge al niño de brazos de la madre; lo acuna en los suyos, le besa, le dice ternezas. El niño no cesa de berrear.

—¡Ah, pillete! – murmura Tigre Juan, hablando con su hijo-. Razón tienes. Nos habíamos distraído en futesas. Sois como relojes los críos. Es tu hora, sí; es tu hora. Claro; quieres chupar. El que no llora no mama. Ahora mismo, lucero. Tigre Juan coloca a su hijo debajo del sobaco, como un vaquero la garrocha. Con el brazo que le queda libre, saca de una cestita un infiernillo de alcohol, un cazo, una botella de leche; y se aplica a preparar el biberón. De tanto en tanto, mete un dedo en la leche, por comprobar la temperatura. Finalmente, él mismo da el biberón a Mini, conforme su procedimiento habitual, ridículo y tierno, a imitación de una nodriza; como si le estuviera dando la teta.

La insolencia y la burla de Mogote suben de punto. Los demás viajeros no pueden menos de acompañarle en la hilaridad. Tigre Juan no se percata. Tigre Juan está ausente de cuanto en torno suyo acaece. En estos momentos, para Tigre Juan nada existe en el mundo, sino su hijo; toda la vida es la vida, pequeña y quebradiza, de su hijo. Herminia por su parte, desearía no estar con vida. Una ola de suprema aflicción le invade la garganta. La tensión tragicómica de la escena no cede, antes se acrecienta. Cuando Mini ha dado fin al biberón, Tigre Juan, luego de introducirle la mano en los pañales, entiende que el mamoncillo necesita algún otro cuidado. Siempre ausente de los espectadores y comentaristas, Tigre Juan va desfajando a su hijo; le quita las bragas sucias; le limpia, con amoroso escrúpulo, el trasero, y a seguida sacude sobre las nalguitas, bermejas, escocidas, una brocha con polvos de arroz; por último, le pone pañales nuevos.

—Nunca tal vi –ha dicho Mogote-. Hay hombres pa todo. Admírome. ¿Qué hombre de verdá haría otro tanto, ni siquiera con el hijo propio? Cuanto más…"

 

Comentarios

Entradas populares