Leopoldo Alas "Clarín": La regenta

 

Francamente me he quedado sin palabras

Si me hubiese pillado el fin de la lectura sentado en un banco en los jardines de Viveros, a la sombra de sus árboles, que deben de ser ya centenarios, y alguien que me hubiera observado acabarlo, curioso, me hubiera preguntado ¿qué tal?, como le dijo aquella voz a San Agustín le hubiera contestado: tolle lege.

En verdad, al entregarle el libro, le miraría a los ojos intentando escudriñar en su mirada si era una persona de esas que aman la contemplación serena del mundo o prefieren deslizarse por un tobogán acuático hacia una piscina llena de gente.  Si esto último fuera lo que en su mirada yo descubriese, le diría que se podría limitar a leer el primer capítulo y los tres últimos. Pero en el otro caso, le invitaría a sumergirse en la lectura de lo que algunos consideran la segunda mejor novela española de todos los tiempos. Para leer sobre la recepción de la novela en vida del autor se puede acceder al artículo de Martínez Cachero.

Allá por 1976, cuando yo tenía unos siete años (este dato lo he obtenido en Internet y quizás no sea del todo correcto, es decir podría yo haber tenido más años, pues me parece extraño que yo recuerde la impresión que la serie Hombre rico, hombre pobre me causó), pues como digo, por aquel entonces aquella serie nos tenía en casa cautivados. La recuerdo vagamente, pero sí creo poder establecer en ella el origen de mi repulsa a todo aquello, libro, serie o película, en lo que a un personaje se le hace pasar por todo tipo de atrocidades, bien sean sicológicas o físicas, sociales o económicas.

Leopoldo Alas quería que para la segunda edición Galdós escribiera un prólogo. Para tranquilizarle Galdós le envió una carta:

Mi querido Clarín: no tenga V. la menor inquietud por el prólogo. En él ando. Sólo que me cuesta mucho trabajo hinchar esta casta de perros. Será más largo de lo que yo creía, y diré muchas, muchas cosas.

Puede V. tranquilizar a [Fernando] Fé , a quien yo también escribo, y seguramente que entrando Septiembre quedará impreso el Prólogo, para que salga la Regenta bien compuesta y emperejilada a principios de octubre.

Dice Galdós en ese Prólogo a la edición de 1901 "pocas obras he leído en que el interés profundo, la verdad de los caracteres y la viveza del lenguaje me hayan hecho olvidar tanto como en esta las dimensiones, terminando la lectura con el desconsuelo de no tener por delante otra derivación de los mismos sucesos y nueva salida o reencarnación de los propios personajes".

Diego Martínez Torrón, en su interesante artículo El naturalismo de ‹‹La Regenta››, nos dice:

Clarín pretende una mostración impersonal de una realidad, el entramado profundo de una estructura social y la evolución causal de unos personajes en su devenir psicológico.

Clarín realiza esta sátira con ironía de guante blanco, pero absolutamente demoledora y destructiva. Su elegancia distante, impersonalista, produce un efecto destructivo en todo lo que aborda, y va desmontando paso a paso toda la feria de apariencias institucionales.

Es curiosos que el término “demoledora” aparezca en el informe de 1956 en el que se denegó la publicación de La regenta durante el régimen dictatorial. El censor argumentó de la siguiente manera:

En realidad, los verdaderos protagonistas de la obra son la simonía y la lujuria, que convierten un bellísimo idilio digno de Santa Teresa o San Juan de la Cruz en un torbellino de lascivias sacrílegas que llegan hasta el crimen y hacen olvidar en su nauseabunda fealdad las innumerables bellezas de una pluma magistral como la de Alas. Estimando que esta joya de la literatura es más demoledora por su misma condición de joya, opinamos que NO DEBE AUTORIZARSE.

(En Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas Frente a la censura franquista. Carmen Servén)

Hay que añadir que en 1962 sí se autorizó su publicación atendiendo, aparentemente, al escaso “público” esperado.

...ciertamente, la novela responde en muchas de sus páginas al inveterado y soez anticlericalismo español de entonces y de “ahora”, pero ha de entenderse que se trata de una novela de un intelectual con público bastante restringido, y consideramos una grave equivocación, pese a censuras anteriores negativas, prohibir esta obra, novela capital en nuestras letras contemporáneas.

De las diferentes características del Naturalismo, quiero destacar:

El objetivo del Naturalismo es reproducir la realidad con total imparcialidad y verdad de una forma rigurosa, documentada y científica. Se considera a la literatura un documento social.

De esa manera, como me hizo notar una amiga profesora de Lengua:

El narrador no se implica en nada. Es como una cámara de cine que pasa despacio por todos los rincones de lugares, encuentros y personajes sin mezclarse con ellos. Los deja actuar.

En Historia de la Literatura española, a la que pertenece la edición que me he leído, de manera semejante a como explica Martínez Torrón en el artículo anterior al que hago referencia más arriba, se nos dice que son muy raras las obras naturalistas ortodoxas en nuestra literatura. El motivo esencial es nuestra tradición religiosa. Por eso “Clarín” es uno de los pocos escritores capaces de escribir una verdadera obra naturalista.

En el programa de televisión El condensador de fluzo hablaban (el último jueves de marzo de 2021) del año 1885 y decían que en ese año se publicó La Regenta, libro del que los críticos estarían hablando durante decenios y que será futuro objeto de estudio de miles de alumnos de bachillerato que intentarán comprenderlo.

Llegado a este punto creo poder justificar por qué no me ha gustado La Regenta. Aunque antes debo especificar que me refiero a la historia que nos cuenta Leopoldo Alas, no a la obra literaria. Desde que empieza a narrarnos quién es y cómo es Ana Ozores, con esa distancia obligada por el estilo naturalista, distancia que no siempre se mantiene (por suerte) ya que “Clarín” es capaz también de meternos en los pensamientos más íntimos de sus personajes, vamos presenciando cómo se construye un pedestal en el que obligan a la pobre mujer a permanecer erguida mientras desde abajo todo el mundo le lanza piedras para que caiga. Este “espectáculo atroz” que se nos ofrece durante todo el libro (como aquel que recuerdo de Hombre rico, hombre pobre) es el origen de mi desagrado.  

No obstante, La Regenta tiene esa virtud de las grandes obras literarias que te hacen reflexionar, profundizar e investigar; es decir, transcender. Y por tanto, justificado es que sea objeto de estudio para nuestros jóvenes y para todo lector atento.

Una de las primeras reflexiones, propiciadas por la ansiedad que me transmitía el acoso y las dudas de Ana, fue pensar que lo que tendría que haber hecho esta mujer fue haberse puesto a estudiar una carrera universitaria. Pero pensando en esto no está mal citar las palabras de Galdós en el prólogo sobre ella:

«se personifican los desvaríos a que conduce el aburrimiento de la vida en una sociedad que no ha sabido vigorizar el espíritu de la mujer por medio de una educación fuerte, y la deja entregada a la ensoñación pietista, tan diferente de la verdadera piedad, y a los riesgos del frívolo trato elegante»

[Quizás Galdós demostró lo que significa verdadera piedad con su personaje (no tan de ficción)  Guillermina Pacheco en Fortunata y Jacinta].

Quien lea mis reseñas se habrá dado cuenta que hace ya algún tiempo que estoy leyendo versiones de Don Juan. Ahora puedo confesar que el origen de este “movimiento” está en La Regenta. Hay un momento en el que algunos de los personajes principales van al teatro a ver una representación de Don Juan Tenorio de Zorrilla. Además de este episodio, que me hizo leer nuestro clásico, la figura del galán se utiliza a menudo como referencia de alguna manera o de otra:

Y ese señor don Juan Tenorio puede llamar a otra puerta, que la Regenta es una fortaleza inexpugnable.

Álvaro Mesía es considerado el célebre don Juan de Vetusta. Aunque su opinión sobre la obra es bastante negativa:

…a don Álvaro el drama de Zorrilla le parecía inmoral, falso, absurdo, muy malo, y siempre decía que era mucho mejor el Don Juan de Molière (que no había leído).

A Mesía le extrañó y hasta disgustó el entusiasmo de Ana. ¡Hablar del Don Juan Tenorio como si se tratase de un estreno! ¡Si el Don Juan de Zorrilla ya sólo servía para hacer parodias!...

Por otro lado, Ana muestra su entusiasmo con la obra y se siente vivir una representación:

el cuarto acto no ofrecía punto de comparación con los acontecimientos de su propia vida... ella aún no había llegado al cuarto acto. «¿Representaba aquello lo porvenir? ¿Sucumbiría ella como doña Inés, caería en los brazos de don Juan loca de amor? No lo esperaba; creía tener valor para no entregar jamás el cuerpo, aquel miserable cuerpo que era propiedad de don Víctor sin duda alguna. De todas suertes, ¡qué cuarto acto tan poético! El Guadalquivir allá abajo.... Sevilla a lo lejos.... La quinta de don Juan, la barca debajo del balcón... la declaración a la luz de la luna.... ¡Si aquello era romanticismo, el romanticismo era eterno!».

A mi juicio, y en esto está mi reflexión principal sobre la novela, una de las intenciones de “Clarín” es presentar el conflicto de situar en un mismo contexto contemporáneo a una figura como Don Quijote y otra tan diferente como Don Juan Tenorio. Así, cuando Doña Paula, la madre del Magistral, Don Fermín de Pas, nos dice:

… y excitar al don Quijote de don Víctor para que saliera lanza en ristre a matar a don Álvaro.

está Leopoldo Alas haciendo pública esa intención a la que me refiero. Pero, aunque no sea tan explícito, es fácil reconocer algo de Don Quijote en Don Víctor, enamorado del teatro clásico, que se escabulle con “nocturnidad y alevosía” con su inseparable Tomás Crespo (Frígilis) (su Sancho Panza) para salir a cazar (Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. El Quijote. Cap. I); especialmente nos recuerda a nuestro gran Hidalgo aquella escena en la que Ana va a buscarlo a su cuarto y lo encuentra, para su desconsuelo, declamando esgrimiendo una espada en su mano derecha:

…sintió el alma en los pies al considerar que aquel hombre con gorro y chaqueta de franela que repartía mandobles desde la cama a la una de la noche, era su marido, la única persona de este mundo que tenía derecho a las caricias de ella, a su amor…

 

He de decir que la idea no la considero del todo original. Unamuno, en una reseña (Sobre Don Juan Tenorio) al curioso libro de Víctor Said Armesto La leyenda de Don Juan. Orígenes poéticos de El Burlador de Sevilla y el Convidado de Piedra, nos dice:

¡Cuánto daría por haber presenciado un encuentro entre Don Quijote y Don Juan [...]! Tengo para mí que quien lograse penetrar en el misterio de ese encuentro […] y acertase a contárnoslo tal y como fue, nos daría la página acaso más hermosa de que pudiese gloriar la literatura española.

Unamuno, en su ensayo, da un paso más allá del comentario y propone el encuentro y el motivo. No solo esto, sino que nos dice:

Don Quijote, asqueado, le volvió las espaldas con nobilísimo desdén al Don Juan, creyendo que no debía manchar su lanza en semejante hombre.

Nos advierte Unamuno que él no se considera un donjuanista, como después otros muchos sí lo serán. Para él:

Don Juan vive y se agita, mientras Don Quijote duerme y sueña, y de aquí muchas de nuestras desgracias.

Se sabe que entre “Clarín” y Unamuno hubo una relación de amor-odio (especialmente del más joven hacia el crítico y novelista a quien en un principio admiraba). Puede que por ello no quiera el joven profesor (1908) reconocer en el encuentro final entre Víctor Quintanar y Álvaro Mesía el que tanto hubiera deseado presenciar.

Quizás podamos encontrar otro influjo, en este caso del Don Juan de Byron, en La Regenta  (que seguro conocía Leopoldo Alas (utiliza el “adjetivo” byroniano al referirse a un gesto de Mesía en el Capítulo VIII)). En el emblemático poema se nos cuenta la primera relación del joven héroe como fruto del deseo que la joven hermosa, amiga de su madre, no puede satisfacer casada con un hombre de cincuenta años:

…cincuenta años son una cifra que inspira difícilmente afectos. En todos los climas, lo mismo los que calienta el sol que los que cubren las nieves y las nieblas, tal número de años suena mal en amor, aunque no sea lo mismo en el manejo de la hacienda.

Así, poco a poco ambos se ven abocados a encontrarse:

El hecho es que su amistad se hizo de día en día más íntima y que don Juan acabó por ser siempre huésped bien venido y aun deseado en casa de lord Enrique.

Puede, por tanto, que esta primera relación tan “natural” también haya influido para elaborar la trama de La Regenta.

Llegados a este otro punto, no quiero hacer creer a nadie que el motivo único de Leopoldo Alas haya sido enfrentar a estas dos grandes figuras de la Literatura Española. Sin lugar a dudas hay en La Regenta innumerables temas. Y las interpretaciones son casi tan numerosas como lectores críticos de la misma. En mi caso, y por resumir esta extraña reseña, remarcar el desagrado que me produce el acoso y derribo de la protagonista femenina y cómo se ha convertido en fuente inspiradora para profundizar en la figura de Don Juan. En el tintero se quedan el análisis de Fermín de Pas, de su madre Doña Paula, de la propia Vetusta, de los acólitos de Don Álvaro, de las alegres Visitación y Obdulia, del pobre señor Santos Barrinaga y Don Pompeyo Guimarán… Todo un elenco muy interesante digno de atención cuyo estudio nos podría llevar años.

 

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