Benito Pérez Galdós: Ángel Guerra

 


Todos los comentarios que he leído de esta novela contienen alguna crítica negativa. Vargas Llosa dice, textualmente, que es una de las peores de Galdós. Y entre los contemporáneos del autor coinciden en su prolijidad o exceso de páginas, Emilia Pardo Bazán y Clarín, entre otros. Para mí, sin embargo, es una obra maestra.

Aunque dice el mismo Vargas Llosa que de entre las novelas del autor solo le gana en extensión Fortunata y Jacinta, yo me la he leído con interés y entusiasmo y no se me ha hecho especialmente larga ni pesada. En muchos momentos, me ha parecido magistral Galdós. Sigo citando a Vargas Llosa en su polémica y reciente obra La mirada quieta (de Pérez Galdós):

Todo en esta novela resulta desconcertante; lo frecuente, en Pérez Galdós, es que sus historias se inicien con personajes educados en la religión y de ideas generalmente reaccionarias, que luego se van convirtiendo poco a poco en progresistas y hasta revolucionarios. Aquí todo ocurre al revés.

Esto, que por el tono parece un reproche, pienso que es su gran virtud. Galdós ya ha dejado claro a todo el mundo lo que piensa sobre el dogmatismo religioso. También ha explotado al máximo el universo madrileño (por cierto que, tras la lectura de gran parte de su obra, uno empieza a tener claro que ese universo es, sin lugar a dudas, un universo literario personal).  Con el giro, que parece molestar a nuestro último Nobel, Galdós quiere mostrar que es capaz de escribir, prácticamente, un evangelio.

¿Se nos ha convertido a estas alturas de la vida nuestro insigne autor? Dijo Valle-Inclán sobre Ángel Guerra:

«Ángel Guerra no es solamente un revolucionario arrepentido, es la encarnación del más puro amor humano, el fanático de las virtudes sociales, el Amadís de Gaula de la caridad, en una palabra: la santidad librepensadora y francmasónica. Ángel Guerra, con Tomás Orozco son los primeros apóstoles de una religión nihilista -porque ha de nacer de la ruina de las existentes- basada en el evangelio. Son dos bienaventurados heterodoxos, dos iluminados que creen conocer el verdadero sentido de la predicación del hijo de Dios»

Su amigo Clarín y su amiga Pardo Bazán, comentan que la novela necesita de una segunda lectura. Insinúan que Galdós ha intentado emular a Tolstoi en sus planteamientos y, por tanto, gran parte del esfuerzo suyo y nuestro ha de ser entender las complejas sicologías de los personajes. Y eso es lo que me ha parecido a mí toda la obra. Un estudio extenso y pormenorizado de unos personajes interactuando. Se confunden diversos sentimientos que se mezclan y agitan, al tiempo que son tamizados por la opinión pública y por numerosos intereses e impulsos personales: desde lo más virtuosos (místicos) hasta los más ruines (envidias y odios). En palabras de Clarín sobre el personaje principal:

«Galdós pertenece con toda su alma a la tendencia realista moderna, que parece enseñoreada del mundo, hasta el de las más latas inteligencias; cuando es pensador lo es a la inglesa; no le gusta la especulación por la especulación, y así lo ha declarado en sus libros varias veces. Pues Guerra es lo mismo; sin dejar de ser soñador, amigo de la abstracción melancólica, como lo es también Galdós, el revolucionario arrepentido necesita para alimento de sus ensueños lo relativo, casi diría lo tangible»

No obstante, Galdós no nos pinta a un hombre atribulado. En cierto sentido es un alma simple a quien la reflexión y las circunstancias le llevan a ver el mundo de otra manera.

 

«Ángel Guerra, sin ser vulgar, siendo en cierto modo hasta hombre superior (lo es en la relación moral, en idea y en parte en conducta), no es hombre de muchas psicologías tampoco. Tiene algo de poeta, de filosofo, de sociólogo, pero en nada de esto es lírico-, tiene el carácter y las tendencias que también predominan en Galdós, que es lo menos lírico que puede ser un gran artista»

 

Y además, no llega a tener claro, y nosotros tampoco, si lo que siente es verdadero o interesado.

 

«Así su conversión a la fe, hasta donde se puede llamar conversión, se debe a una ocasión accidental, y tiene su apoyo en un amor humano y en rigor nada místico»

 

También leemos de manos de Rodrigo Soriano:

«Es un soñador, un fanático, que al principio se bate con las armas por la República, y luego se bate espiritualmente por la religión: es un Leo Taxil, masón primero, ascético y místico más tarde; es un temperamento incomprensible, ardoroso y exaltado, aventurero, Quijote de todas las causas buenas y malas, que, a no gozar de fortuna y posición, le hubieran enjaulado; sobre su tumba podría ponerse el título de un drama de Echegaray: ¡O locura o santidad!»

Como vemos este personaje en evolución, contradictorio, reflexivo, con ganas de cambiar a la gente y cambiarse a sí mismo, luchando por un amor no correspondido y redirigiéndolo hacia las alturas místicas como única solución a su desdicha, es grandioso. 

Galdós también cambia de escenario a partir de la segunda parte. En pos de su “amor” no correspondido Leré (Lorenza, la de los ojos temblones y de “muy buen ver”), se va a Toledo, pues quiere al menos estar cerca de ella, que pretende ser aceptada por las Hermanas del Socorro. 

Hasta allí le siguen sus acólitos. Su examante Dulcenombre (a quien abandona con poca delicadeza nuestro héroe) y sus familiares, quienes quieren estar cerca del “nuevo rico” y sacarle el máximo provecho posible.

Esta familia sirve de contrapunto a los personajes principales. Como la sombra que nos persigue, acompañan a Ángel y la aversión que este les tiene sirve como prueba continua ante su transformación. Prueba a quien Leré le empuja cada vez que sabe de los problemas que le generan.

Toledo sirve de escenario perfecto para esa transformación a la que aludíamos antes. De alguna manera Ángel Guerra deja de ser un libertario para convertirse al catolicismo humanista y abandonar Madrid para adentrarse en el Toledo de calles estrechas y repleto de conventos y de vestigios del pasado es un símbolo perfecto (bastión de la España vieja).  No solo eso. También se decide por alejarse del mundanal “ruido” y opta por vivir en el cigarral de Guadalupe. Allí, en el sosiego y la tranquilidad del campo, urde su plan de crear una nueva orden monástica moderna; demasiado moderna quizás:

Si no creyera -dijo D. Juan gravemente, poniéndose guapo de puro feo-, que habla usted sin saber lo que dice, amigo D. Ángel, pensaría que con toda su vocación religiosa y su misticismo, no ha dejado de ser tan revolucionario como cuando se desvivía por alterar el orden público, antes de venir a Toledo. Por mucho que se modifique externamente, entusiasmándose con el simbolismo católico y volviéndose tarumba con la poesía cristiana, detrás de todos estos fililíes está el temperamento de siempre, el hombre único, siempre igual a sí mismo.

Esto es lo que más interesante hace a este personaje. Esa ambigüedad que sentimos sobre si el cambio es real o fruto del enamoramiento. Puede que alguien esto lo utilice como crítica ante la inverosimilitud del mismo. Pero a mi juicio Galdós, a quien sabemos anticlerical, intenta por encima de todo que pensemos que la transformación es real.

Desgraciadamente no soy yo una persona muy capaz de estudiar y trabajar sobre una obra literaria. Pero son muchas las ideas que me ha sugerido y que todavía rondan mi mente. ¿Cuánto hay del Quijote en esta obra? ¿No habrá algo de Ángel Guerra en el Marcelo de Peñas arriba?  ¿Pueden negar la influencia Azorín y Baroja de esta novela cuando escribieron La voluntad y Camino de perfección?

 


 

 

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