M. Cervantes: Don Quijote de La Mancha





Me leí El Quijote durante un verano hace mucho tiempo. De aquella lectura creo que solo recuerdo eso; el haberme leído El Quijote. No recuerdo haberme reído. Ni recuerdo haber disfrutado de manera especial con la lectura. No recuerdo tampoco haberme entristecido con las desventuras del caballero y su escudero. Ni recuerdo haberme sentido como un espectador atónito por encontrarme con un personaje capaz de razonar virtuosamente sobre las letras y las armas, escuchar atentamente las aventuras de los otros, ensalzar el amor cortés, el honor, mantener la esperanza viva ante cualquier desventura, amar los libros, creer en ellos, ver, en donde los otros no ven nada, lo más alto, lo más temible, lo más bello.  No recordaba que dentro de esta novela apareciesen otras novelas. Ni que dentro de ella esté el propio escritor. Ni que se hiciera crítica literaria y una lección magistral inaugural de lo que hoy llamamos canónico. No recordaba que se hablara de la literatura popular ni de las necesidades de los autores que quieren vivir de sus obras. No recordaba que se pudiera llegar a lo más alto metiendo a tu héroe en una jaula tirada por bueyes. Y que se echara de mano de lo natural para saber que aquello no es un encantamiento. No recordaba que la autobiografía se pudiese convertir en novela histórica y que  se pudiese explicar la realidad limitándote a contar el día a día, sin necesidad de dar explicaciones de lo evidente. No recordaba que al acabar de leer esta obra tuviese la seguridad de que la iba a volver a leer. Porque hay obras que son magníficas porque en ellas sus personajes  viven, evolucionan, dejan su huella. Pero El Quijote es una obra que cuando la lees quien evolucionas eres tú. 

Por otro lado, es muy interesante leer esta versión actualizada de Trapiello que suaviza la lectura y a quien se le debería agradecer el esfuerzo de lo que según sus palabras han sido 14 años de trabajo. 

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