Pío Baroja: La busca

 


En el prólogo a las Obras escogidas de Valle-Inclán, leía al acabar Flor de Santidad, a Gaspar Gómez de la Serna:

Hay varias razones, puramente circunstanciales, y alguna lamentable que no voy a traer aquí a colación, pero sí la fundamental: el difícil aristocratismo de Valle no tiene nada que ver con esa suerte de socialización del alma que ha aflorado, como un sarampión, en las mejillas de nuestros más jóvenes oficiantes de las letras. Valle, en verdad, no puede servir de modelo para ninguno de esos que creen que «lo social» en literatura, a cuyo servicio se apuntan, tiene que traducirse forzosamente en transcripciones, reproducciones, adiciones o variaciones hasta el tedio de los horizontes suburbanos o infraurbanos que se estrenaron cuando La busca.

Esa referencia a la obra de Baroja me ha impulsado a leerla (además de hacerme reflexionar sobre el momento histórico literario al que se refiere el primo de Ramón).

La trilogía La lucha por la vida aparece como libros en 1904-05. Baroja tiene poco más de 30 años y ya ha escrito cuatro novelas (a las que añade las tres de esta trilogía). No sé si ya por aquel entonces la crítica vislumbraba que podría llegar a ser el sucesor de Galdós (al menos, en cuanto a dimensión e importancia de su obra). Puede que él mismo tuviera claro que lo iba a ser.

En el primer tomo de la Obra completa (publicado en Biblioteca Nueva) que yo tengo, el prólogo lo escribe Azorín en 1946. Nos dice, su amigo (no sé si Baroja y él se consideraban en aquel momento todavía amigos), que todos los grandes autores del XIX no habían hecho más que emular a los clásicos españoles anteriores. Es, Baroja, quien crea una nueva forma de narrar. Un nuevo universo literario propio y original.

La busca puede servir como ejemplo de esa nueva manera de narrar y ese nuevo universo. Más que las novelas de La vida fantástica (que son las que me he leído, en estos momentos, de Baroja: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901), Camino de perfección (pasión mística) (1902) y Paradox rey (1906)). Aunque no es una obra naturalista,  me parece que es una síntesis de La taberna y el espíritu retratista de Galdós tamizado por la  agudeza de Baroja. El resultado es una novela acre.  Asistimos a los acontecimientos de la vida del joven Manuel Alcázar como él mismo parece vivirlos, con resignación. Entre los bajos fondos (un Madrid que solo vemos de refilón en algunas novelas de Galdós), que Baroja describe magistralmente, y los trabajos de “mala muerte” a los que accede, este chaval se va convirtiendo en un hombre que no quiere acabar siendo un delincuente pero que lamenta no poder llevar una vida digna trabajando.

A pesar del pesimismo natural de toda la obra, es posible que la fama de esta primera obra de la trilogía tenga origen en su aleccionador final:

Comprendía que eran las de los noctámbulos y las de los trabajadores vidas paralelas que no llegaban ni un momento a encontrarse. Para los unos, el placer, el vicio, y la noche; para los otros, el trabajo, la fatiga, el sol. Y pensaba también que él debía de ser de éstos, de los que trabajan al sol, no de los que buscan el placer en la sombra.

Imprescindible.

 

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