Pío Baroja: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox

 


¡Al final me decidí a dar el salto! ¡Y el elegido ha sido Baroja! La razón fundamental, el año de publicación de Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, 1901.

Para adentrarnos en la novela española de inicios del siglo XX, leeremos a Azorín, Baroja, Unamuno y Valle-Inclán. Iba a decir que de Azorín nunca había leído nada, pero me leí hace ya unos añitos La ruta del Quijote. De Baroja hace mucho más tiempo que leí Las noches del buen Retiro, de cuya lectura solo recuerdo haberla sufrido. He escogido estos cuatro autores porque algunos críticos consideran sus cuatro novelas de 1902 como el inicio de una nueva corriente literaria: Sonata de otoño, de Ramón María del Valle-Inclán; La voluntad, de José Martínez Ruiz;     Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno; Camino de perfección, de Pío Baroja.

Baroja tenía la costumbre de agrupar sus novelas en trilogías. La vida fantástica incluye: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, Camino de Perfección y Paradox rey. Así que me he decidido por la primera de la trilogía. Es cierto que Azorín también escribió un grupo de novelas con el mismo personaje (también trilogía, la primera en 1902) de la que forma parte La voluntad, como las cuatro Sonatas de Valle-Inclán, pero ya dije al principio que ha sido Baroja el elegido (y punto).

Silvestre Paradox es un tipo excéntrico. Un científico que se dedica a inventar cosas raras y a estudiar por su cuenta a filósofos y a científicos. Aunque no conocemos todo lo que ha vivido, pues el narrador nos dice que hay datos que desconoce, se narran ciertas etapas de equilibrio laboral que le permiten vivir dignamente, junto con otras en las que comparte vida bohemia madrileña con algunos compañeros peculiares, en las que sobreviven como pueden. Leemos en el ensayo Baroja y Schopenhauer: implicaciones narrativas del mundo como representación, que el protagonista es un ejemplo de héroe decadente. Esto no significa que estemos ante una novela lúgubre. Más bien todo lo contrario, hay humor y aventuras. Se retrata el mundo miserable madrileño (y algo de París), pero no te invade la tristeza o tienes pena por los personajes. En ese sentido en el último capítulo en el que los dos personajes principales huyen de sus acreedores se nos dice:

SALIERON los dos amigos a la calle de la Luna, y por la de la Corredera desembocaron en la calle del Pez. Iban silenciosos; sólo a largos intervalos se cruzaban, entre ellos algunas palabras.

—¡Si viera usted cómo me pesa Madrid! —murmuró Silvestre apoyándose en la pared de una casa.

—¡Oh! ¿Y a mí?

—Yo estoy envenenado por este pueblo; necesito salir, marcharme.

—Es un pueblo deletéreo.

—Si ahora estuviésemos en el campo, ¿eh? Aunque fuera así, sin un céntimo, ¡cuánto mejor no sería! Encontraríamos alguna casa en dónde calentarnos y algún pajar en donde dormir. ¡Vaya usted a pedir eso aquí sin dinero!

En aquel momento oyeron el siseo de una mujer, arrebujada en un mantón, que les llamaba. Era una vieja; por su aspecto debía de tener más de cincuenta años. Se acercó a ellos, les miró, y al ver sus trazas murmuró: «¡Ay Dios mío!», con una tristeza tan grande que daba ganas de llorar.

—¡Qué Nochebuena más terrible la de esta vieja! —dijo Paradox—. Nos ha mirado, ha visto que teníamos facha de pobres…; quizá no haya comido tampoco. ¡Qué vida más tremenda la suya! Andar come un perro sarnoso rondando las calles de noche, vivir mal, no comer, ser despreciada y además de no tener derecho a la piedad de nadie. Los ricos exigen a los miserables que sean héroes o mártires, no para admirarlos, sino sólo para compadecerlos.

Así, sin un duro, con ganas de abandonar Madrid se acaba el libro.

—Y usted —preguntó Paradox—. ¿Adónde se marcharía?

—A Burjasot, un pueblo cerca de Valencia. ¿Y usted?

—Yo… No sé. A algún asilo dentro de poco.

—No, Paradox. Si usted quiere no nos separaremos nunca.

—Gracias, amigo Diz. Oiga usted, ¿cuánto vale el billete de aquí a Valencia en tercera?

—No sé. Lo podemos ver en la Central. No tenemos nada que hacer.

 Pero, como digo, no sin esperanza, sino con la mirada puesta en un futuro mejor:

Y Avelino, entusiasmado, sacó la cabeza por la ventanilla y gritó, despreciando el frío y la nieve de fuera:

—¡Bravo! ¡Bravo!

—¡Hurra! ¡Hurra! —gritó Silvestre, asomándose a la otra ventanilla del vagón, desafiando con su entusiasmo y con su locura a la Naturaleza, muerta, indiferente y fría, que helaba y agarrotaba sus miembros, pero que no podía nada contra su espíritu.

Y el tren resopló con fuerza y corrió echando nubes de humo por el campo blanco cubierto de nieve…

 

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