Ramón María del Valle-Inclán: Flor de Santidad

 


Tras haber leído a numerosos autores de la época, puedo decir que Valle-Inclán es el más singular. Tanto en sus Sonatas como en Tirano Banderas y Flor de Santidad, nos damos cuenta al momento de que el lenguaje es el principal protagonista. También notamos que Valle se nutre de la realidad-leyenda en sus creaciones. Tanto el Marqués de Bradomín, como Adega en Flor de Santidad (y los otros personajes), tienen un sabor auténtico, terrenal, pero transformado por el autor mediante el lenguaje y la ficción.

En esta ocasión se zambulle en la Galicia profunda, de caracteres rudos, individualmente egoístas y supersticiosos y creyentes. Y al mismo tiempo formando un pueblo solidario que se ayuda entre sí cuando hay que luchar contra los males.

La joven protagonista es una desheredada que se gana la vida sirviendo a mala gente. El destino la lleva a ayudar a un peregrino que busca el sustento recorriendo esas tierras al que las gentes no tratan demasiado bien. Pero ella le dejará dormir en su pajar y verá en él al mismo Dios. Un Dios capaz de echar el mal de ojo a los amos de la casa en donde ella sirve como pastora y mujer para todo...

 

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