Emilia Pardo Bazán: Una cristiana/La prueba

 


Cuando Emilia Pardo Bazán escribe Una cristiana, Clarín ya había publicado La regenta, Galdós Lo prohibido y Fortunata y Jacinta, Palacio Valdés La hermana San Sulpicio, Valera Pepita JiménezHago referencia a estas novelas porque en ellas aparece en mayor o menor grado el conflicto amor prohibido-amor pasional. En algunas de ellas hay, como en esta novela, un componente religioso.

Pardo Bazán escribió esta historia en dos partes: Una cristiana y La prueba. La narra Salustio, un joven gallego estudiante de Ingeniería en Madrid. Como en Morriña, la educación universitaria es en ocasiones protagonista. Así nos enteramos de las asignaturas que un ingeniero de entonces tenía que cursar:

Verán ustedes las asignaturas que el Estado me obligó a echarme al cuerpo con objeto de prepararme a ingresar en la Escuela de Caminos. Por supuesto, Aritmética y Álgebra; sobra decir que Geometría. A más, Trigonometría y Analítica; por contera, Descriptiva y Cálculo diferencial. Luego, (prendidito con alfileres, si he de ser franco) idioma francés; y cosido a hilván, muy deprisa, el inglés, porque al señor de alemán no quise meterle el diente ni en broma: me inspiraban profundo respeto los caracteres góticos. A continuación, los infinitos «dibujos»: el lineal, el topográfico, y también el de paisaje, que supongo tendrá por objeto el que al manejar el teodolito y la mira, pueda un ingeniero de caminos distraerse inocentemente rasguñando en su álbum alguna vista pintoresca, ni más ni menos que las mises cuando viajan.

Siguió al ingreso el cursillo, llamado así en diminutivo para que no nos asustemos. En él no entran sino cuatro asignaturas, para hacer boca: Cálculo integral, Mecánica racional, Física y Química. Durante el año del cursillo no nos metimos en más dibujos; pero al siguiente (que es el primero de la carrera propiamente dicha) nos tocaban, —aparte de profundizar los Materiales de construcción, la Mecánica aplicada, la Geología y la Estercotomía— dos dibujitos nuevos: el dibujo a pluma, «de sólidos», y el «lavado».

Salustio afronta los gastos de su educación con la ayuda económica de su tío Felipe. Esto le incomoda bastante, quien está deseando acabar los estudios y trabajar para devolver todo lo que el pariente le ha prestado. Lo de ser tacaño parece que le viene al tío por herencia sanguínea religiosa: tuvieron antepasados judíos. Cosa que ocultan como pueden en la España de finales del XIX. No obstante, la madre de Salustio especialmente, tiene puestas las esperanzas en la herencia del tío soltero y sin descendencia. Aunque la historia sucede en Madrid, el tío se dedica a la política en su pueblo en Galicia y allí se las tiene que ver con los caciques del lugar en lucha continua por el poder local.

Hasta aquí el portento descriptivo de Emilia Pardo Bazán nos permite descubrir lugares y caracteres del momento tanto de Madrid como de Pontevedra. El giro narrativo que crea la trama de la novela es la decisión del tío de casarse con Carmiña Aldao. Hasta que ella misma nos lo explique más adelante es difícil entender que una mujer joven como ella se case con un vejestorio como D. Felipe. Aunque al principio se nos diga que no es una beldad, para Salustio que es el narrador, poco a poco vamos a descubrir en esta mujer un dechado de virtudes. Por supuesto la madre de Salustio opina que solo está interesada en heredar y, por tanto, dejarles sin su anhelada bicoca. Como podemos imaginar el joven estudiante se enamora de su tía. Desde el principio piensa que ella sufre y que se ha casado por un motivo oculto, pero no por amor. Y así lo reconocerá ella después. ¿Adulterio al canto? Pues no. El título deja claro que Carmiña es una cristiana. Es una mujer de fuertes convicciones. Aunque se casó por solucionar unos problemas personales con su padre, consecuente con sus decisiones y creencias, está dispuesta a ser fiel a su marido por encima de todo y de todos. A pesar de que el sobrino le cae muy bien, llegando a sentir algo por él, no veremos caer a Carmiña como vimos caer a Ana Ozores. Doña Emilia apuesta por su especial concepción del Naturalismo. Esa que criticaba Zola de la escritora gallega católica. En este caso la virtud moral de Carmiña le permite superar todos los obstáculos. Incluso las penas a las que veremos en la segunda parte La prueba.

A mi juicio la segunda parte es una vuelta de tuerca innecesaria. Con unas cuantas páginas más en la primera parte hubiera Pardo Bazán bordado la novela. De hecho, aunque en un primer momento quería haber escrito dos reseñas para cada libro, las sensaciones que me ha provocado el segundo me han hecho decidirme por esta única entrada.

 

 

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