Juan Valera. Pepita Jiménez

 


Juan Valera, además de escritor fue: embajador de España en Portugal, senador de España, embajador de España en los Estados Unidos (1883-1886) y embajador de España en Austria (1893-1895).

Fue uno de los españoles más cultos de su época, propietario de una portentosa memoria y con un gran conocimiento de los clásicos grecolatinos; además, hablaba, leía y escribía el francés, el italiano, el inglés y el alemán. Tuvo fama de epicúreo, elegante y de buen gusto en su vida y en sus obras, y fue un literato muy admirado como ameno estilista y por su talento para delinear la psicología de sus personajes, en especial los femeninos. (Wikipedia)

Pepita Jiménez fue su primera novela (1874). Es una novela corta deliciosa. Tiene tres partes. En la primera se nos cuenta a través de cartas cómo el joven novicio D. Luís de Vargas conoce a Pepita Jiménez, joven viuda de solo veinte años, a quien el padre del joven pretende:

Mi padre, a pesar de sus cincuenta y cinco años, está tan bien, que puede poner envidia a los más gallardos mozos del lugar. Tiene además el atractivo poderoso, irresistible para algunas mujeres, de sus pasadas conquistas, de su celebridad, de haber sido una especie de don Juan Tenorio.

No conozco aún a Pepita Jiménez. Todos dicen que es muy linda. Yo sospecho que será una beldad lugareña y algo rústica. Por lo que de ella se cuenta, no acierto a decidir si es buena o mala moralmente; pero sí que es de gran despejo natural. Pepita tendrá veinte años; es viuda; sólo tres años estuvo casada.

Las cartas las dirige a su tío, el Deán de la catedral, encargado de su educación. A través de ellas vamos viendo cómo el joven se enamora. Se narra la lucha entre la devoción y el amor que el joven cuenta a su tío en busca de consejo. Aunque todo es un poco ingenuo, la lectura es muy agradable e interesante. Las cartas acaban cuando ambos sucumben a un primer beso que parece un choque o una descarga eléctrica que les va a hacer separarse para siempre.

La segunda parte es, supuestamente, la narración del Deán de lo que siguió tras ese primer contacto entre ambos. Aunque pierde algo de gracia, Valera explota el papel de Antoñona, sirvienta de Doña Pepita, que se convierte en una especie de autónoma Celestina que no soporta ver cómo sufre su señora.

Don Luis se paró a considerar la condición de Antoñona, y le pareció más aviesa que la de Enone y la de Celestina.

En esta doble referencia vemos algo especial de todo el libro. La referencia al mundo clásico que aprecia Valera.

…el hechizo de una mujer, bella de alma y de gentil presencia, habían, antes de ver a usted, penetrado en mi fantasía. No hay duquesa ni marquesa en Madrid, ni emperatriz en el mundo, ni reina ni princesa en todo el orbe, que valgan lo que valen las ideales y fantásticas criaturas con quienes yo he vivido, porque se aparecían en los alcázares y camarines, estupendos de lujo, buen gusto y exquisito ornato, que yo edificaba en mis espacios imaginarios, desde que llegué a la adolescencia, y que daba luego por morada a mis Lauras, Beatrices, Julietas, Margaritas y Eleonoras, o a mis Cintias, Glíceras y Lesbias. Yo las coronaba en mi mente con diademas y mitras orientales, y las envolvía en mantos de púrpura y de oro, y las rodeaba de pompa regia, como a Ester y a Vasti; yo les prestaba la sencillez bucólica de la edad patriarcal, como a Rebeca y a la Sulamita; yo les daba la dulce humildad y la devoción de Ruth; yo las oía discurrir como Aspasia o Hipatia maestras de elocuencia; yo las encumbraba en estrados riquísimos, y ponía en ellas reflejos gloriosos de clara sangre y de ilustre prosapia, como si fuesen las matronas patricias más orgullosas y nobles de la antigua Roma; yo las veía ligeras, coquetas, alegres, llenas de aristocrática desenvoltura, como las damas del tiempo de Luis XIV en Versalles, y yo las adornaba, ya con púdicas estolas, que infundían veneración y respeto, ya con túnicas y peplos sutiles, por entre cuyos pliegues airosos se dibujaba toda la perfección plástica de las gallardas formas; ya con la coa transparente de las bellas cortesanas de Atenas y Corinto, para que reluciese, bajo la nebulosa veladura, lo blanco y sonrosado del bien torneado cuerpo.

Como vemos, una enumeración de nombres importantes del mundo clásico que desgraciadamente parecen haber sido borrados de la cultura española algunos años después.

La tercera parte es un epílogo con algunos extractos de las cartas que el padre de Don Luís escribió a su hermano, el Deán.

La historia de Pepita y Luisito debiera terminar aquí. Este epílogo está de sobra, pero el señor Deán le tenía en el legajo, y ya que no le publicamos por completo, publicaremos parte; daremos una muestra siquiera.

Una buena lectura para un verano ocioso.

 

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