Benito Pérez Galdós: La desheredada

 

¡Cómo no leer La desheredada tras el comentario de Clarín a Pedro Sánchez!

Pedro Sánchez es á Pereda lo que La Desheredada es á Galdós.

Cuando te sumerges en la vida y obra de Galdós te quedas anonadado. Sin lugar a dudas fue una injusticia que no le galardonaran con el Nobel.

Fue un hombre de grandes proyectos literarios. Uno, que he visitado poco (19 de marzo y 2 de mayo), fue los Episodios nacionales. Otro fue las Novelas españolas contemporáneas. Galdós, en Observaciones sobre la novela contemporánea en España (1870) indicaba el camino al que deberían dirigirse los escritores españoles.

La clase media, la más olvidada por nuestros novelistas, es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social: ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las naciones y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser la expresión de cuanto de bueno y malo existe en el fondo de esa clase, de la incesante agitación que la elabora, de ese desempeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y resolver ciertos problemas que preocupan a todos, y conocer el origen y el remedio de ciertos males que turban a las familias.

Los especialistas consideran dos ciclos en ese gran proyecto (inspirado por  Balzac y su La comedia humana): el ciclo de la materia y el espiritual. Fortunata y Jacinta forma parte de ese primer ciclo. La desheredada (1881) es la primera novela del proyecto. No solo eso, también es considerada como el primer intento naturalista en España. Dijo Clarín:

«Por fortuna del naturalismo, el único de los grandes novelistas que sin rebozo se declara valientemente su partidario es el mejor de todos, Benito Pérez Galdós»

Como vemos son muchas las razones por las que esta novela es una de las imprescindibles de nuestra literatura. Y, sin embargo, no me ha gustado. No me ha gustado por la misma razón que no me gustó La regenta.

En esta ocasión Isidora Rufete no es la Ana Ozores remilgada, indecisa, mística, inconsecuente y derrotada. Isidora es una mujer tenaz, equivocada, engañada, soñadora y condenada. Desde el primer momento en que aparece, sabemos que es una pobre infeliz. Una Quijote engañada y autoengañada. No nos podemos ni compadecer de ella. Se le ofrecen soluciones “realistas” que ella desprecia una tras otra. Cierto que el casarse sin amor, sino por interés, no es la salida más honrosa a nuestros ojos. Pero trabajar y ganarse la vida no hubiera estado nada mal en vez de agarrarse a la falsa idea de ser descendiente de una marquesa. Y es que eso parece ser el naturalismo: mostrar que los personajes son esclavos de sí mismos.

Independientemente del desagrado que me provoca la historia por sí misma, he de reconocer que la novela está plagada de virtuosismo narrador.

Ya en el primer capítulo en el que Galdós nos introduce en la mente de Tomás Rufete, encerrado en el Hospital siquiátrico de Leganés, nos damos cuenta de que hay pocas innovaciones de los grandes novelistas de los albores del siglo XX con las que no haya flirteado nuestro literato. Me ha sido muy grato encontrar en Internet una referencia en la que esta idea desdibujada que se paseaba por mi mente se enuncia con precisión total:

La cercanía de Galdós a las técnicas de las novelas del siglo XX justifica que Pound lo incluyera en su peculiar repertorio de «maestros modernos». (El primer Ulises español, Ezra Pound Reading Galdós).

No solo nos mete de vez en cuando en la mente de sus personajes en lo que llama el narrador soliloquios (si es que el narrador aparece), también incluye capítulos que son escenas o actos teatrales. Destaca el increíble Capítulo IX de la Primera parte, titulado Beethoven, que nos rememora asombrosamente El tiempo pasa, la segunda parte magistral de Al faro.

Lástima que la historia sea lúgubre y sórdida. Es probable que Galdós, consciente de tal efecto, quisiera mostrar una cara más amable de esa sociedad madrileña de la que se nutre en sus novelas y así, en Fortunata y Jacinta, echa mano del humor y de la bondad en algunos personajes. 

Si sentís anhelo de llegar a una difícil y escabrosa altura, no os fieis de las alas postizas. Procurad echarlas naturales, y en caso de que no lo consigáis, pues hay infinitos ejemplos que confirman la negativa, lo mejor, creedme, lo mejor será que toméis una escalera.

Madrid.— Junio de 1881

 

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