Ricardo Menéndez Salmón: Horda

 


Haber leído La noche feroz, La ofensa, Derrumbe, El corrector, La luz es más antigua que el amor, Medusa, Niños en el tiempo, y El Sistema, creo que evidencia que Ricardo Menéndez Salmón es uno de mis escritores “actuales” preferidos. Quien lea mis reseñas de esos libros se dará cuenta de que mi opinión sobre sus obras ha ido cambiando. Del fervor desaforado, he pasado a cierta decepción a partir de las dos últimas novelas que aparecen en la primera frase.

Cuando apareció Homo Lubitz (2018) no tuve ganas de leerla. Sin embargo, sí me he animado con su última novela Horda (2021), aunque haya pasado ya bastante tiempo desde su publicación. Y, la verdad, no está nada mal.

Como en El sistema, Menéndez Salmón apuesta por una distopía. En este caso el motivo crítico es más evidente. El protagonista vive en una ciudad siempre iluminada, en el que el cielo nocturno ha desaparecido. Los responsables de controlar la sociedad son los niños. No está permitido hablar. Como mascotas se tiene a los monos. Aunque esa sociedad parece imposible, es una metáfora sobre la involución. Si se impone la imagen como elemento comunicativo en detrimento de la palabra, damos un salto hacia atrás en el tiempo. Volvemos con ello a un estadio primitivo en el que nuestra representación del mundo tenderá a desaparecer.

Junto al habla, también ha desaparecido la risa. Aunque parece tratarse de manera secundaria, la risa es clave para desubicar a los niños. Al oír reír a nuestro protagonista, se quedan paralizados. No saben cómo actuar. Los libros, los adultos que hablan, los monos (que en ese futuro distópico dejan de ser nuestro “antepasado” evolutivo para convertirse bien en nuestro futuro evolutivo, bien en la esperanza de un origen a otra oportunidad evolutiva), permiten a Menéndez Salmón escribir un cuento largo que nos lleva a reflexionar sobre nuestro mundo y los peligros que nos acechan.

Las palabras vivían entre nosotros y se las llevaron. Así lo decidieron. Enmudecerlas. Someterlas. Encarcelarlas. No sabemos cuándo sucedió. Solo sabemos que sucedió. Que el don se convirtió en condena. Y que llegó la época del silencio. Una enseñanza que no se transmite con palabras. Porque la palabra ya no dice nada a nadie. Música sin eco. Flecha detenida en el aire. Sed en la sed. El argumento para la prohibición tuvo que ser por fuerza su mal uso. Para qué servía la palabra entonces, en aquel remoto esplendor. Para nada. Prostituida. Desvirtuada. Degradada. Para qué seguir permitiendo su empleo si cada palabra pronunciada era máscara, humo, fantasma. Que pagaran por ello. Que pagaran por un regalo infamado, convertido en justificación para cualquier tipo de capricho y componenda. Por eso fueron los niños quienes concertaron la alianza.

P.S: Por curiosidad he leído algunos comentarios en una web dedicada a los libros y me he quedado asombrado ante varias entradas que se quejan del lenguaje utilizado por el autor. Igual no estamos tan lejos de esa sociedad que se nos pinta en Horda.

 

 

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