Emilia Pardo Bazán: La Quimera

 


Emilia Pardo Bazán publicó La quimera en la revista La lectura entre 1903 y 1905. Nada más acabar las entregas las incluyó en un nuevo volumen de sus obras completas en la editorial Renacimiento. Al ser una obra por entregas las primeras reacciones que la consideraron una novela de clave, afectaron a la escritura tal como la autora reconoce:

…aquel mito griego de la Quimera (…) me sugirió una novela, donde estudié la aspiración, encarnada en un malogrado pintor gallego, dueño de tales aptitudes y dotes artísticas, que sin duda, si viviese, llegaría a dominar la técnica y a formarse una personalidad propia (…) Ya se comprenderá que estoy refiriéndome a Joaquín Vaamonde, natural de La Coruña, y que en mi novela, basada en la verdad de los sentimientos y de bastantes hechos de la biografía del artista, lleva el nombre de Silvio Lago. (E.P.B)

Vaamonde es autor de uno de los famosos retratos de Doña Emilia:


Vaamonde era gallego de nacimiento y de estirpe, y también merece notarse cómo contrastaba con el tipo del gallego de la sátira, de cuba al hombro. Todas las sutilezas del sentimiento —entiéndase bien el alcance de las palabras, no se trata de sentimentalismos galantes, ni de nada que se le parezca— todas las nostalgias y saudades y melancolías de la raza, toda su humorística reacción y su protesta ante las realidades que se oponen a la aspiración infinita, en el que seguiré llamando Silvio, eran el fondo de su naturaleza escogida nerviosa y exaltada. (E.P.B)

En la introducción a la edición por Marina Mayoral en Cátedra leemos:

Un día de verano de 1895, cuando la Pardo Bazán andaba por los cuarenta y cuatro años, en la plenitud de su talento creador y de su estima social, y conservaba aún los encantos que habían cautivado a Galdós y a Lázaro Galdiano, apareció por su pazo de Meirás un chico de veinticinco años, guapo, esbelto, de rostro expresivo e inquieto. Se llamaba Joaquín Vaamonde y era pintor, o, mejor dicho, aspiraba a serlo, porque hasta el momento había hecho un poco de todo, incluso de albañil en Sudamérica. Traía la pretensión de hacer un retrato a la escritora y, si el resultado era de su agrado, que ella lo expusiera en sus salones de Madrid, para darse a conocer de ese modo en la villa y corte.

Triunfa como retratista en España y su fama empieza a trascender al extranjero. Viaja a París y recibe encargos de Francia e Inglaterra. Y cuando aún no ha cumplido los treinta años, se muere. Regresa de París, gravemente enfermo de tuberculosis, y, generosamente atendido por doña Amelia, la madre de la novelista, muere un día de agosto en Meirás, en el mismo lugar en que había iniciado su carrera hacia el éxito.

Todo parece indicar que la interesante personalidad del pintor impulsó a Pardo Bazán a novelar su historia y escribir así esta obra maestra.  Porque a mi juicio lo es. A pesar de que sean muchos los que hablan de sus numerosos defectos.

¿Por qué la considero una obra maestra? Antes de que empezara a escribirla ya se habían publicado La voluntad, Camino de Perfección, Amor y pedagogía y alguna Sonata. Pardo Bazán era consciente de que las cosas estaban cambiando en la forma de escribir novelas. Como lo fue desde que empezó a escribir de que el Naturalismo la cambió unas décadas antes. No solo en España, claro. Vaamonde murió en 1900. Antes de escribir La Quimera escribió otras obras. ¿Por qué esperar tres años a novelar la vida del pintor? ¿Duelo? A mi entender La Quimera es la respuesta a los nuevos tiempos literarios de la consagrada escritora. Se convierte así en un monumento extraordinario en el que una maestra del viejo narrar se enfrenta a la nueva novela.

En primer lugar, se centra en un artista que quiere triunfar. Pero su drama no es que no tenga calidad. Su drama es que triunfa con lo popular y él quiere llegar más lejos, a lo sublime, a la creación artística máxima que le permita ocupar un lugar en los museos y no acabar olvidado como la gran mayoría de artistas (su quimera). Como en la obra de Azorín y de Baroja e incluso la de Unamuno, nos encontramos con un espíritu que lucha por ser él mismo. Nada de determinismo social.

De todo esto saco en limpio… poca cosa: que quisiera ver Velázquez, Goya o Rubens, ¡un nene! ¿Qué soy? Nada. Un farsantuelo; y ni aun mis farsas puedo hacer.

Además, Silvio Lago recapacita sobre sí mismo y sobre el arte. Tiene conversaciones trascendentales, no asistimos exclusivamente a la narración de hechos. Porque cuando se da protagonismo a la vida interior del personaje el escritor ha de transcender (ir más allá de los hechos, explicarle, explicarlos). La novedad de la novela del siglo XX, leí hace tiempo, es ser la novela del yo. Aquí es donde las críticas a la escritora sean quizás más insalvables. No acierta en usar el monólogo interior o algo que se le aproxime. Recurre a extractos del diario del pintor. Pero eso mismo hace de esta obra un ejemplo perfecto, una obra clave de tránsito hacia la revolución de la novela que llegará unos años más tarde. Que en parte ya ha llegado a manos de Azorín y Baroja, y por qué no reconocer que ya se vislumbra en algunas obras Galdós y de Palacio Valdés.

Otro elemento importante es lo autobiográfico. Aunque sea aparentemente oculto tras personajes de ficción, sabemos que Minia Dumbría es la autora y que Alborada es el Pazo de Meirás.  Pero no sólo lo autobiográfico está representado por Minia. En el Intermedio artístico, aunque sea Silvio quien cuenta su viaje por Europa notamos que es Pardo Bazán la que habla a través de sus cartas reconociendo los nuevos vientos que mueven el mundo artístico. Cierto que el pintor hace referencia a pintores, pero no nos cuesta aplicar lo dicho a la Literatura:

No se deje atraer por el cebo de la naturaleza. La naturaleza no existe; la creamos nosotros; la naturaleza no es digna de atraer nuestras miradas sino en la hora mística de su comunión con lo sobrenatural, cuando la acaricia el soplo del espíritu. ¡La Naturaleza…, yo diría que es el gran cadáver del Paraíso, y los gusanos del sensualismo, rebulléndose, son los que prestan apariencias de vida a ese vasto cadáver!

Es pues La Quimera, como bien dice Mayoral en la Introducción, un cambio de rumbo de Doña Emilia:

Lo que diferencia y destaca a La Quimera de las novelas anteriores es precisamente lo que en aquéllas no existía o estaba apenas insinuado: los análisis psicológicos minuciosos, el interés por el esteticismo, las tendencias espiritualistas, la apertura al mundo del misterio y la irracionalidad, la defensa del Ideal contra la Razón, la valoración de lo poético en la novela, el estilo impresionista de las descripciones, la selección del vocabulario…

La prueba de que se puede cambiar y evolucionar artísticamente, aunque uno ya tenga cierta edad y un pasado consolidado importante.

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