Azorín: Pueblo
Hace unos meses compré en París-Valencia esta primera edición de Pueblo (1930), de Azorín. Este libro no está en las Obras selectas que tengo del extraordinario, singular y minoritario
autor alicantino. Decía Vargas Llosa en su discurso
de entrada en la Real Academia de la Lengua
(sobre Azorín):
Algunos títulos de sus novelas se prestan a malentendidos. Ocurre con
una de las mejores que escribió, pero casi nadie pudo saberlo porque Azorín se
encargó de desorientar de entrada a su público potencial, titulándola Pueblo
(1930). Y, como si no fuera bastante, la subtituló «Novela de los que trabajan
y sufren», con lo que probablemente la inmunizó contra toda clase de lectores,
presentes o futuros.
Este comentario me hizo buscar
esta “novela” y tuve la suerte de encontrarla por un increíble precio en
nuestra, posiblemente la más, famosa librería de libro actual, antiguo y de
ocasión.
Y aunque no sé si es correcto
declararse uno azoriniano, yo me
declaro.
Sigo citando a Vargas Llosa sobre Pueblo, porque encontrar mejores palabras me parece imposible:
Sus páginas […] despliegan un abanico de cuadros preciosistas, de
objetos humildes —costureros, sillas, tazas, baúles, cayados, llaves, lámparas,
tejidos, escaparates— exquisitamente realzados —casi humanizados— por la
descripción. Muchos de estos cuadros son simples enumeraciones, sartas de frases
en las que ha sido suprimido el verbo, lo que les da el semblante de poemas en
prosa.
Sin embargo, a pesar de ser una
obra literaria en ocasiones exquisita (me ha hecho pensar de nuevo en la
posible influencia de Platero
y yo en Azorín), no creo que
esté a la altura de Antonio
Azorín o de Tomás
Rueda. Sin lugar a dudas es una muestra de la perpetua búsqueda de
originalidad del autor, siendo siempre fiel a su estilo preciosista e
impresionista.
Dice Sobejano
en un ensayo sobre la
novela en la posguerra:
Antes de 1936 vivían y escribían novelas escritores como Unamuno,
Valle-Inclán, Azorín, Pérez de Ayala, Miró y Gómez de la Serna. También
escribían novelas otros autores menos insignes, como Benjamín Jarnés, Ramón
Sender, etc. Reconociendo a todos su valor y la importancia y oportunidad de su
obra, debe reconocerse igualmente una cualidad que les diferencia respecto a
los novelistas posteriores a 1939, y es que casi todas sus novelas aspiraban a
una autonomía artística absoluta, arraigada desde luego en la esencia humana
universal, pero sin conexión suficiente con la existencia histórica y
comunitaria de los españoles.
Pueblo es un ejemplo perfecto. Quizás, como dice Vargas Llosa, en referencia al título,
este sea lo más próximo a la realidad española que Azorín pretendió estar. Después, aunque en sus páginas hay unas
tenues pinceladas sobre las gentes del momento, Azorín apunta el foco de su cámara particular a los objetos,
espacios, naturaleza. De vez en cuando surge el obrero o la viuda que lleva de
la mano a su hijo o la vieja mujer que lleva sobre sus espaldas la pena como un
castigo divino.
Azorín, único, apuesta por hacer
protagonista la prosa. Difícil encontrarle parangón.
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