Azorín: Tomás Rueda
Ahora que se cumplen 150 años del
nacimiento de Azorín he notado el
vano intento de la industria literaria de aprovechar el acontecimiento. Me
gustaría pensar que tras las referencias que he oído en la radio y he visto en
la prensa digital, hay un sencillo reconocimiento a la figura de este portento
de la prosa. Pero todo me hace pensar que lo único que existe es la intención
de sacar tajada. Es difícil lograrlo
con Azorín. No es un escritor de
grandes historias ni aventuras increíbles. Es un apasionado prosista, con más
bien la intención, quizás me equivoque, de emular a los grandes pintores
españoles que entretener a lectores indolentes.
En su ánimo está no escribir
novela al uso. Y si en algo el XIX
hizo maestros, fue en escritores de elaboradas tramas, retratos costumbristas,
sicológicos, descripciones detalladas de los acontecimientos, etc. Ya nos mostró Azorín con La
voluntad, Antonio
Azorín y Las
confesiones de un pequeño filósofo que nada de eso iba con él. Por
suerte (o por desgracia, para quien se acerca a este escritor en busca de lo
que no ofrece), Azorín apuesta por un
impresionismo claro y contundente. Un amor a la prosa sin parangón.
Nada más empezar a leer esta
novela sabes que has sido agraciado con el premio a la perseverancia lectora.
En seguida se te pone la piel de gallina. Azorín
ha encontrado el camino para lucir como el astro magno que ya se mostró en Antonio Azorín. Si en Las confesiones de un pequeño filósofo
abordó la infancia de su heterónimo, de su alter
ego (de su sí mismo literario), con un (quizás) pobre resultado, en esta
ocasión el originalísimo licenciado
Vidriera de Cervantes le ha
propiciado la oportunidad de tocar de nuevo el cielo como narrador abordando un problema semejante. Por suerte hace poco he leído la obra de Cervantes
y este Tomás Rueda de Azorín ha sido el complemento perfecto. Una
obra que, originalmente (1915), se llamó El licenciado Vidriera visto
por Azorín y que como curiosidad aparece una versión digital facsímil en la
Biblioteca Jurídica Digital del BOE (aquí).
Azorín nos narra cómo
llega Tomás Rodaja (Rueda), el niño, a las riberas del Tormes. Nada
desentona. Nos narra las tribulaciones del chaval hasta llegar a perderse y ser
“rescatado” por los caballeros estudiantes. Pero el libro, considerado un
ensayo por la Residencia de estudiantes que lo editó por primera vez (libros
que tienden a expresar una ideología de amplio interés, en forma cálida y
personal), no está dedicado exclusivamente a los orígenes desconocidos del
personaje cervantino. También lo acompaña, sin repetir lo que ya conocemos de
la pluma de Cervantes, hasta que finalmente se establece en los Países
Bajos, convertido en un hombre vivido.
Del mismo modo que sentimos al
leer Antonio Azorín que José Martínez Ruiz acaba hablándonos de
sí mismo, termina este Tomás Rueda haciéndonos confundir personaje y
autor. Así parece estar refiriéndose a sí mismo cuando nos dice:
Tomás, para trabajar, para
producir, necesita un apoyo íntimo y espiritual. Ha de haber siempre en él una
realidad interior. Y todo esto que le hace vivir, puesto que le hace vivir, es
una verdad. No importa que los demás vean o no vean esta realidad; no importa
que los demás estén o no conforme con ella. Tomás se siente apoyado en esta
realidad innegable, y en virtud de ella vive, trabaja, sigue la sucesión del
tiempo. La palabra tendría que ser un instrumento sutilísimo para poder describir
estos estados de conciencia; tal vez, aun siéndolo, no lo lográramos. Siempre
lo expresado sería más tosco que la efectividad que se tratara de expresar. ¿De
qué manera, por ejemplo, un autor antiguo que Tomás lee puede crearle una realidad
interior? Pues así es, en efecto. No porque Tomás le copie e imite; la imitación
no serviría de nada. Sino porque, colocándose Tomás en el mismo plano, trata de
polarizar todas las cosas en el mismo sentido, y obtiene, no una obra análoga-no
se trata de eso-, sino una corriente interna que le permite avanzar en la vida
y desenvolverse en ella ...
Curiosamente Azorín
incluye un breve capítulo final, Lo inesperado, que realmente nos
sorprende y nos deja ad portas de
una nueva historia que deseamos conocer…
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