Pío Baroja: El árbol de la ciencia

 


El árbol de la ciencia es, entre las novelas de carácter filosófico, la mejor que yo he escrito. Probablemente es el libro más acabado y completo de todos los míos, en el tiempo en que yo estaba en el máximo de energía intelectual.

Desde la última vuelta del camino III.

Esto decía Baroja de su novela en sus Memorias. Y, lo comparto; es la que más me ha gustado de las que he leído suyas.

Entre paréntesis: me ha recordado mucho a Galdós, con lo que me he dicho que, al final, parecérsele es como el gran reconocimiento como maestro por parte de Baroja. Y digo esto por el deambular por Madrid que nos describe. Por ese inicio narrando las clases en la facultad (tan parecido al memorable de Fortunata y Jacinta). Porque es evidente que los personajes de Baroja tienen un carácter diferente a los de Galdós pero este Andrés Hurtado y esta Lulú tienen algo de Ángel Guerra y de Leré.

Nos dice también en sus memorias Baroja que, en El árbol de la ciencia, yo había puesto mis preocupaciones de médico y de aficionado a la filosofía.

Sin lugar a dudas es el propio autor inspiración para el personaje principal Andrés Hurtado. Un estudiante de medicina, luego médico y finalmente traductor de obras científicas, que va recorriendo la vida con cierta pesadumbre al reconocer, en todo lo que encuentra, su lado más lúgubre acompañado de cierta insatisfacción personal. Como Fernando Osorio (Camino de perfección) y Manuel Alcázar (La busca), no llega a alzar el vuelo este héroe barojiano. En esencia, los tres, son vagabundos, seres errantes impulsados de aquí a allá por su intrínseco malestar interior. Aunque ese continuo deambular se nos ofrece como un atisbo de esperanza en sus libros, no podemos decir que los acabemos con una sonrisa de satisfacción por un final feliz. Parece querer decirnos Baroja que lo único que da sentido a la vida es la búsqueda continua, el cambio permanente; mas es fútil. Al final solo hay dos posibilidades: un nuevo camino que se adentra en el lejano horizonte o la muerte.

Destaca cierto componente feminista en esta novela. Así, sobre Lulú, se nos dice:

Era, sin duda, una mujer inteligente, cerebral, como la mayoría de las muchachas que viven trabajando en las grandes ciudades, con una aspiración mayor por ver, por enterarse, por distinguirse, que por sentir placeres sensuales.

Y cuando trabaja como médico en una “casa de la caridad” habla de las condiciones en las que viven las prostitutas:

—Nada; este empleo sucio que me han dado, me perturba. Hoy me han escrito una carta las pupilas de una casa de la calle de la Paz, que me preocupa. Firman Unas desgraciadas.

—¿Qué dicen?

—Nada; que en esos burdeles hacen bestialidades. Estas desgraciadas que me envían la carta me dicen horrores. La casa donde viven se comunica con otra. Cuando hay una visita del médico o de la autoridad, a todas las mujeres no matriculadas las esconden en el piso tercero de la otra casa.

—¿Para qué?

—Para evitar que las reconozcan, para tenerlas fuera del alcance de la autoridad que, aunque injusta y arbitraria, puede dar un disgusto a las amas.

—¿Y esas mujeres vivirán mal?

—Muy mal; duermen en cualquier rincón amontonadas, no comen apenas; les dan unas palizas brutales; y cuando envejecen y ven que ya no tienen éxito, las cogen y las llevan a otro pueblo sigilosamente.

—¡Qué vida! ¡Qué horror!—murmuró Lulú.

—Luego todas estas amas de prostíbulo—siguió diciendo Andrés—, tienen la tendencia de martirizar a las pupilas. Hay algunas que llevan un vergajo, como un cabo de vara, para imponer el orden. Hoy he visitado una casa de la calle de Barcelona, en donde el matón es un hombre afeminado a quien llaman el Cotorrita, que ayuda a la celestina al secuestro de las mujeres. Este invertido se viste de mujer, se pone pendientes, porque tiene agujeros en las orejas, y va a la caza de muchachas.

Todo esto y muchas otras reflexiones políticas, religiosas y filosóficas, van sucediéndose desde el principio hasta el final. Con un marcado estilo impresionista, sin profundizar en ningún momento en nada, Baroja hace un magnífico fresco de la sociedad de finales del siglo XIX. Así, junto a algunos momentos feministas, como los mostrados anteriormente, encontramos otros en los que el casticismo y el conservadurismo son retratados sin ambages.

Sin lugar a dudas una de las obras clave de nuestra literatura.

 

 

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