Vicente Blasco Ibáñez: La catedral

 


La catedral es básicamente un panfleto novelado. Desde este punto de vista la persona lectora se encuentra con un manual de historia de España interpretada como un juego de poder entre la Monarquía y la Iglesia. Todo ello visto bajo el prisma de la teorías de Proudhon y  posiblemente Nietzsche. También se interpreta la idiosincrasia española y la de los países más notables de nuestro entorno desde lo que parece ser el materialismo histórico.

No obstante, esta novela de Blasco Ibáñez no carece de interés literario. Publicada en 1903, hace de la catedral de Toledo la protagonista y símbolo de España. No puede ser coincidencia que tanto Camino de Perfección como La voluntad, centren parte de su desarrollo en la misma ciudad. Publicadas ambas un año antes, todo indica que generaron en Blasco la necesidad de dar su respuesta al momento histórico. Azorín y Baroja hacen un ejercicio de introspección, un encontrarse a sí mismo para seguir adelante. Blasco estudia la vía revolucionaria como mecanismo de transformación. Leemos en una reseña de 1903:

Aspira Blasco á presentarnos el estado actual de alma del pueblo español con sus prejuicios atávicos, sus deslumbramientos históricos, su fanatismo y su decadencia y la revolución que en esta alma enfermiza producen las nuevas ideas que agitan á las otras naciones de Europa.

El protagonista que crea el autor valenciano es Gabriel Luna. Nacido en la misma catedral, criado y educado por sus dotes para llegar a ser alguien importante en la Iglesia, decide luchar en las guerras carlistas por sus ideales y para mantener el orden. Acabada la guerra carlista tiene que huir de España y se va a París. Allí sufre una transformación radical y se convierte en un revolucionario que va de un país a otro acompañado de una revolucionaria con la que compartirá aventuras y amor. En algo se parece a Erico Orloff de Los vencidos (que parecen seguir el modelo del mismísimo Karl Marx). Gabriel acaba enfermo y perseguido por las autoridades que temen que soliviante a la gente. Así llega a la catedral en busca de refugio y la ayuda de su hermano. A pesar de hacerse promesa de evitar hacer proselitismo y pasar inadvertido, el fuego revolucionario que lleva en su interior no se lo permite y, sin realmente quererlo, desencadenará movimientos revolucionarios entre los que viven y/o trabajan allí.

Lo más curioso de la novela es que el narrador no propone la vía revolucionaria sino la evolución moral social. Esa vía es a largo plazo, pero es la vía que garantiza la igualdad y la justicia:

¿Por qué no matan y roban —exclamaba Gabriel— los pocos hombres cultos y de conciencia sana que existen en esta época? No es por miedo a la ley y a sus representantes, pues una inteligencia clara, por poco que se esfuerce, puede encontrar medios para burlarlos. No es tampoco por miedo a las penas eternas ni a los castigos divinos, pues esos hombres no creen en tales invenciones del pasado. Es por ese respeto al semejante que siente todo espíritu superior; por la consideración de que la violencia debe ser evitada, ya que, si todos se entregasen a ella, la vida social desaparecería… Cuando este pensamiento, que hoy es el de unos pocos, se extienda, abarcando a toda la humanidad, los hombres vivirán por su propia conciencia, sin leyes y sin gendarmes, trabajando por deber social, sin necesitar del hombre como único resorte de actividad y de la explotación sin entrañas como único medio de descanso.

 

 

 

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