Alejandro Sawa: La mujer de todo el mundo

 


Decía el otro día que al leer Pequeñeces y Dulce y sabrosa me adentraba en  la “segunda división” de la novela del XIX. Estaría mal decir que al leer a Alejandro Sawa me he adentrado en la “tercera división”.  Para Sawa y otros escritores como él, los críticos han utilizado los términos: naturalismo radical, bohemia finisecular  o, simplemente, raros u olvidados.  Yo supe de Sawa, me imagino que como otros lectores “atentos”, cuando leí que era el escritor que Valle-Inclán inmortalizó en la figura de Max Estrella en Luces de Bohemia.

No tengo ningún libro de Alejandro Sawa porque he buscado algunas obras completas o algo así de él y creo que no existen. Ya sabemos que lo mejor es enemigo de lo bueno. Para leer La mujer de todo el mundo he recurrido a la versión que proporciona Cervantes virtual.  

Acercarse a la figura de Alejandro Sawa no es tan fácil como a otros escritores. En el centenario de su muerte la UNED le dedicó un corto documental pero es más interesante una reciente entrevista (14/07/2021) a Rocío Santiago Nogales  quien se doctoró con la tesis Alejandro Sawa (1862-1909): escritor y personaje. Ecos masónicos entre la realidad y la ficción (2020) y acaba de publicar Alejandro Sawa, eterno personaje.  De estos trabajos, leídos y vistos superficialmente, deducimos que Sawa se convirtió rápidamente en un “personaje” cultural. Baroja, Azorín, Valle-Inclán, Darío… son conocidos escritores de entonces que contribuyeron a su leyenda. Sawa es el arquetipo del escritor bohemio. Pero hay que hacer notar que las novelas que Sawa escribió son todas anteriores a su viaje a París en el que, aparentemente, estuvo en contacto con la gran Bohemia del Barrio Latino.

Por otro lado, cada vez estoy más convencido de que la mayoría de los manuales de Historia de la Literatura que leo (y admito que estén desfasadas mis lecturas, aunque también me refiero a la tesis que cito arriba), adolecen de un afán estúpido de clasificación en corrientes literarias. Me imagino que el motivo es la voluntad de hacer de su disciplina una disciplina seudocientífica. Así, cuando leemos La mujer de todo el mundo (1885) pensando que estamos ante la obra de un naturalista radical (es decir, de un auténtico seguidor de Zola), no podemos dejar de asombrarnos. Con esa tonta clasificación se nos oculta una obra absolutamente singular.

Sawa escribe adelantándose a su tiempo o, mejor dicho, con un eclecticismo muy personal.  Hay en su estilo belleza, impulso sentimental, reflexiones modernas y una historia dura, con algunos personajes execrables. Uno diría que es un impresionista más que un realista o naturalista. No obstente, tras la historia hay sin duda la denuncia social que supone reconocer los mecanismos del poder que se han hecho impregnar en las leyes.

Estamos en Z, la capital de un territorio de cerca de veinte millones de habitantes, tostado por el sol y por la cólera de los dioses. La condesa del Zarzal ve que su hijo ya tiene edad de casarse y que el joven no parece estar dispuesto a ello. Su situación económica no es muy boyante. Así que le conmina a buscarse una mujer. Pero él le dice que no puede hacerlo: es impotente. Sin embargo, aquello no le parece un impedimento a su madre. De hecho, le dice que no se preocupe que ella lo solucionará todo en pocos días. 

La solución es atroz. 

Seduce, sexualmente o sensualmente hablando, al sacerdote D. Felipe, su padre espiritual, para que este hable de su hijo a una joven con buena dote, Luisa Galindo, quien, obviamente no ha de saber nada de la impotencia del joven. Aunque las vicisitudes del momento hacen que la boda tenga lugar en Francia, cuando la pobre Luisa pretenda divorciarse, la condesa del Zarzal “activará” de nuevo al conde, su marido, hombre ya entrado en años y fuera del mundillo político del momento, para que consiga que el pleito se traslade a Z, lugar en el que las leyes evitan el divorcio y conceden todo el poder al marido y no a la mujer. Solucionado el problema, la condesa no tiene reparo en proponerle a su nuera que se entretenga con otros hombres, como hace ella, claro: cree el ladrón que todos son de su condición.

No es esta una novela de tesis, como las de Galdós, que consigue cabrearte porque la disputa no acaba nunca y el final deja a todos insatisfechos. Sawa es más visceral, más romántico. Aquí la gente se agrede, alguno intenta matar a otro, el suicidio es una opción verdadera, la venganza se muestra como la única vía de solucionar el conflicto. Así, acabas la novela y respiras hondo. Y te entran ganas de volverla a leer y buscas otro libro de Sawa, a ser posibles unas obras completas, y miras videos y hojeas tesis y quieres saber algo más sobre ese hombre que murió en la miseria, ciego y prácticamente loco...

Imprescindible. 

 

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