Luis Coloma: Pequeñeces

 


Con la venia de Doña Emilia y Don Benito, de Leopoldo Alas y Palacio Valdés y de los señores de Pereda y Valera, menuda novela escribió Luis Coloma (el Padre Coloma). Quizás alguien haya echado en falta entre los anteriores a Cecilia Böhl de Faber, pero dada la reconocida maestría de una sobre el otro he considerado mejor excluirla. De Blasco Ibáñez hablaremos más adelante.

En principio ni de casualidad me iba a leer esta novela. En Historia esencial de la literatura española e hispanoamericana (F. B. Pedraza y M. Rodríguez), dicen de ella: “una violenta y cruda sátira contra la aristocracia de la Restauración desde posiciones intransigentes y próximas al integrismo religioso”. Dicho así puede que haya gente que en vez de sentirse “repelido”, como yo lo fui, se sienta “atraído”. Sea como fuere vale mucho la pena leerla. Eso de la violencia, la intransigencia y el integrismo religioso, a mi juicio, carece hoy en día de fundamento.

En su momento fue “la bomba”. Cualquier búsqueda en internet sobre la novela nos lleva a numerosos artículos, incluso alguna tesis doctoral, sobre la novela y su impacto socio-político.  

Yo me lo he pasado genial y me he reído como no lo hacía desde hace tiempo. Solo en Fortunata y Jacinta me reí tanto como en esta novela de aquella época. Coloma, desde el primer momento, nos muestra un mundo cruel y egoísta, alejado del estándar moral del momento (católico, aunque yo creo que sigue vigente en gran parte hoy en día). Las pequeñeces a las que alude el título, son las perversiones o malas conductas que los protagonistas realizan como si carecieran de importancia: el aroma de la putrefacción que se pretende denunciar. Encabezando el primer capítulo del primer libro tenemos esta cita:

Something is rotten in the state of Denmark.

(Hay algo en Dinamarca que huele a podrido.)

Shakespeare, Hamlet.

 

Al inicio, el Padre Coloma nos sitúa en la ceremonia de graduación o final de curso de un colegio religioso en la que un niño, el más laureado en dicha ceremonia, llora porque sus padres no han ido a verle. Enviarán tarde a un criado a recogerlo. De esa manera, indirectamente, nos presenta a sus padres: Curra (Currita), condesa de Albornoz y su marido Fernando Villamelón (nos podemos ya hacer una idea solo con el apellido). Padres preocupados por sus propios asuntos (“muy importantes”) que les hacen pasar totalmente de sus hijos (el chavalín y su hermana). La pareja cohabita. Su relación marital es bastante fría. De los dos ella es claramente la protagonista principal de toda la novela. Pero nadie puede discutir que forman un organismo único cuando se trata de defender sus intereses.    

Veamos lo que dice un crítico enfadado del momento de Currita:

¿Qué es la condesita de Albornoz? Un monumento de vilezas; eso tampoco lo negaréis. Bien: pues la indecente, la desvergonzada, la cochinísima condesa de Albornoz, tiene, debajo de toda su asquerosidad, un no sé qué indefinible que seduce á los lectores superficiales, que son los que componen, por desgracia, la mayoría en nuestro país. (M. Martínez Barrionuevo. Un libro funesto).

Doña Emilia, sin embargo, opina:

…obra de sangrienta y quemante sátira, pero no dirigida contra los impíos, los libre-pensadores ni los indiferentes, sino contra los creyentes á medias, aquellos tibios anatematizados por el Evangelio; los que en el orden político hicieron la Restauración, y en el moral la componenda, las transacciones con el cielo; los que encienden ‹‹á Dios una vela y al diablo todos los colmenares de la sierra››.

La heroína de la novela es creación maravillosa, suficiente para incluir al P. Coloma entre los más potentes generadores de criaturas vivas en los dominios del arte. ¡Eso es entender y esculpir un tipo femenino!  

Quien así contornea una figura tan real, tan matizada, tan fina de nervios y tan ligera de sangre, es el primer perito es psicología femenil que existe en España.  (E. Pardo Bazán. Un jesuita novelista).

Valera decide convertirse en la propia Currita Albornoz y escribir una larguísima carta al autor:

Aquí huele mal, dice usted; pero en vez de echar sahumerios y derramar desinfectantes, agita usted y revuelve la inmundicia con el palito de la pluma para que el hedor llegue a todas las narices, y ya brote en ellas el clavel que supone usted que va a salir del estiércol, ya aparezca algo de más sólido y puntiagudo.

Para explicar el origen de la novela de usted, no basta la obligación en que usted se coloca de ser muy rígido y muy misionero. Yo me atrevo a sospechar que usted se dejó seducir por la moda naturalista, y que esta moda entró por mucho en que la novela saliera como ha salido. En vez de pintar las cosas como son o como deben ser, esto es, mejores y más bellas, usted las pinta peores, o bien las mira y las retrata por el lado más feo, según hoy se estila. Pase, sin embargo, esto; pero hay otra cosa que no puede pasar: la promiscuidad, la endiablada combinación de lo histórico y de lo fingido.

Si yo he tenido por amigos a un oficialito de Artillería y a un pobrecillo, venido de un lugar, como Juanito Velarde, no nacería mi culpa ni de vanidad, ni de interés, ni de soberbia. En mis amores con Sabadell pudo entrar el amor propio. En los otros, no. Si bien poco o nada se ve de mi alma en lo que usted me hace decir y hacer, ¿quedo yo tan vagamente delineada que usted pueda atribuirme, y me atribuya, faltas tan diversas? En una figura moral, firme y seguramente trazada, ¿no se acabaría así con el dibujo, y se le convertiría en borrón confuso e informe?

En las últimas páginas de Pequeñeces me presenta usted ya tan ajada y marchita, que parezco un esperpento. Yo no me conformo. Yo no he dado a Dios lo que ya no quiere el diablo. Todavía, aunque me esté mal el jactarme de ello, me celebran y admiran no pocos sujetos que gustan más del majestuoso crepúsculo de la tarde que de la risueña aurora; que prefieren a las uvas que ofrece la viña en el esquilmo principal, el racimo muy dorado por el sol que se halla en el rebusco; y que entienden que hay más jugo y almíbar en el fruto que da la higuera en otoño, que en el que da a principios del verano. En suma: me consideran guapa aún, elegante, pulcra y tersa como la Magdalena de Correggio, copiada en linda miniatura sobre porcelana de Sajonia. Yo, a pesar de todo y de lo perseguida que estoy, no me deslizo; persevero en la conversión, firme como una roca, y no volveré a las andadas, Dios mediante. (Valera. Pequeñeces... Currita Albornoz, al Padre Luis Coloma).

¿Quiere decir esto que Pequeñeces es sencillamente la historia de una femme fatale, de una especie de Juan Tenorio femenino? No; en su momento la repercusión que tuvo fue porque se consideró una novela en clave. Coloma era un gran conocedor de la aristocracia madrileña de la que se puede decir formó parte antes de ser jesuita. Y cuando se publicó su obra se relacionó cada personaje con un personaje público real. Con esa interpretación se evidenciaba la manipulación política de la aristocracia en la Restauración incluyendo también referencias a la masonería.

Según Brian J. Dendle, (Blasco Ibañez and Coloma's Pequeñeces) Blasco Ibáñez escribió La araña negra como reacción a Pequeñeces, y hace de Coloma un personaje, el padre Palomo,

que gozaba de cierto renombre a causa de sus aficiones literarias y de los artículos y novelas que publicaba en todo periodiquillos y revistas, más o menos subvencionado por la Compañía de Jesús.

…aproveche usted todos sus recuerdos [le dicen], sus antiguas observaciones, para escribir un libro que sea como una sátira sangrienta contra la aristocracia. Nada de escrúpulos ni vacilaciones. Palo seco con todos, y mucha verdad en la descripción, sin temor a incurrir en una crudeza impropia de un sacerdote: ahora está en moda el naturalismo. (Blasco Ibáñez. La araña negra).

Como vemos el impacto fue más que notable. Y además tuvo muchísimos lectores porque a pesar de que la novela se nos aparece en algún momento como una agrupación de sucesos deshilvanados, y el final innecesariamente melodramático, lo cierto es que la leemos con gozo e interés.

Entrar a hablar de todos los personajes o solo de los cuatro principales sería un exceso. Quiero solo destacar a Diógenes:

Llamábase Pedro de Vivar, era segundón de una gran casa, vivía del juego el tiempo que no estaba borracho y hacíanle famoso en Madrid su cinismo y sus cuentos chocarreros, conociéndole todo el mundo por el nombre de Diógenes. Era de esas personas que han llegado a tener cosas, y una vez en posesión de esta ejecutoria, pueden ya cometer a mansalva toda clase de desmanes sin otro temor que el de ver a las gentes encogerse de hombros murmurando:

—¡Cosas de Fulano!

Sabíalo él muy bien y aprovechábase de ello para decir a todo el mundo las mayores desvergüenzas con el acierto que le inspiraba siempre su claro entendimiento y su mucha práctica del mundo. Era un sinapismo ambulante, que dejaba siempre al pasar algunas ampollas levantadas.

Salvando las distancias me ha recordado al magnífico Barón de Charlus de Proust. ¿Cabe la posibilidad de que Proust supiera algo de esta novela? Pequeñeces se tradujo muy pronto al francés: Bagatelles (1893). En esta entrada sobre Fermina Márquez de Valery Larbaud nos dice que la protagonista leyó la obra de Coloma. De hecho podemos leerlo en archive.org:

Elle lut successivement Petitesses du P. Luis Coloma, Maria de Jorge Isaacs, et quelques-uns des romans argentins de Carlos Maria Ocantos.

En la entrada en francés de esta novela en Wikipedia leemos:

Alain-Fournier et Marcel Proust ont une grande admiration pour ce livre.

¿Leyó Proust la obra de Coloma?

Fuera como fuese lo cierto es que Pequeñeces es una muy recomendable lectura.Un imprescendible de nuestra literatura.

 

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