Jacinto Octavio Picón: Dulce y sabrosa

 


Aunque Pequeñeces, a mi juicio, es una obra imprescindible,  nadie se extrañará que considere a Luis Coloma miembro de la “segunda división” literaria de los novelistas del XIX. A esa división pertenece también Jacinto Octavio Picón. Dudé de leerme estas obras porque siendo casi inacabable la lectura de las grandes autores del XIX, adentrarme en la segunda fila me puede “condenar” a no dejar el XIX el resto de mi vida. Lo que me convenció de Dulce y sabrosa es que alguno la considera como la novela con la que el naturalismo se finiquitó en España.

Nos dice Picón en el prólogo:

No busques en mis cuentos y novelas lección ni enseñanza: quédese el adoctrinar para el docto, como el moralizar para el virtuoso: sólo tienes que agradecerme el empeño que puse en divertir y acortar tus horas de aburrimiento y tristeza.

Quizás estas palabras nos lleven a creer que Octavio Picón era un advenedizo, poco ilustrado. Nada de eso. Una vez declarado académico, Rubén Darío le visitó para entrevistarlo y en su libro Cabezas, nos dice:

En su garçonniére, donde preside el más discreto y elegante gusto en el arreglo y decoración, vive entre libros y obras de arte: viudo que parece más joven que sus hijos ya hombres. Hidalgo antiguo con el aspecto de un clubman moderno: dedicado a sus libros viejos para saber y decir cosas nuevas. Al mirar, los ojos finos parecen que registran las intenciones; el ademán es franco y noble, el apretón de manos da la sensación de la sinceridad. Es afectuoso y varonil, sin melosidades falsas ni chinerías de fórmulas. A poco, ya estamos viendo una nueva edición del Quijote hecha en Inglaterra; y con tal causa admiro su conversación erudita, su pericia de bibliófilo y su seguridad crítica. Me muestra buena parte de sus libros raros, de sus ejemplares preciosos, con orgullo de buen artesano que supiera la calidad de sus útiles, con el aire de un maestro de armas que enseñase sus mejores espadas y floretes. Ya es un curiosísimo libro de refranes, ya un Quevedo que tuvo entre sus manos la censura de la Inquisición, con versos y estrofas tachados, que en las ediciones posteriores, o están reemplazados por puntos suspensivos, o suprimidos; o ya por mostrar lo que es el lujo aristocrático de la tipografía española, volúmenes de Monfort, de la imprenta real, o de Sancha.

Dulce y sabrosa es la historia de una pareja, pobre ella, rico él, que se conocen, se aman, él se cansa y la deja y, al cabo de algún tiempo, al volverse a ver, ella le vuelve a enamorar simulando que se ha casado y hasta que tiene un hijo. Picón nos presenta a él como un Don Juan que acaba sucumbiendo al amor. Ella, a la fuerza corista, con una familia vergonzante, es una mujer que lucha por lo que quiere. Curiosamente, acaba el libro muy “moderno”:

Callaron, cambiando dos miradas que hacían inútil toda protesta de sinceridad. En la imaginación de ambos surgió la misma idea, formulada en sentido contrario. Él pensó: «Será mi mujer»; y ella se dijo: «Si me caso le pierdo».

En algún sitio se dice que Picón es uno de los iniciadores de la literatura sensual o erótica. No será con este libro. Sí que es cierto que plantea el problema del tabú que existe en la literatura de aquel momento sobre el sexo.

Permítese al novelista y al poeta describir todas las fases de la ambición soberbia, de la vanidad ridícula, del odio aborrecible, del rencor infame; podemos desmenuzar en prosa y verso todos los malos sentimientos: ¿y no hemos de poder pintar la deliciosa y natural aproximación de los sexos que instintivamente aspiran a juntarse hasta ser, como el Señor dispuso que fueran, carne de una carne, hueso de un hueso, dos en uno? ¡Es triste cosa! Sólo algún lírico cursi, sólo algún académico fósil, culpan de loco al telescopio que escudriña el espacio, o de cruel al bisturí que dilacera las carnes; y sin embargo, son muchas las gentes que llaman indigna y pecadora a la pluma que pinta los deliciosos transportes del amor.

Pero el erotismo o la sensualidad es casi nula desde nuestra perspectiva.

En fin, una novela ligera, algo modernilla que no está mal.

 

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