Vicente Blasco Ibáñez: La horda

 


Cada vez que leo una novela de Blasco Ibáñez quedo gratamente sorprendido. ¡Ya te vale! –me digo.  ¿Todavía tiene que demostrarte algo este hombre? Don Vicente es un narrador soberbio, magnífico, excelente, espléndido, fabuloso, formidable… ¿Estas de coña? No.

Cada vez que leo una novela de Blasco Ibáñez me sorprende su capacidad narrativa. Cierto que sus novelas son “sencillas” y parecen seguir un buen patrón. Pero lo hace de una manera magistral. Aquí cojo un puñado de personajes, los sitúo en el contexto que me apetece y lo bordo. Todo fluye bajo el suave y constante aliento que imprime a la narración.

Isidro Maltrana es nuestro antihéroe.  Casi al estilo naturalista de Zola (La taberna, salvando todas las distancias que el propio autor francés decía existir a causa de la idiosincrasia propia de nuestro país (Blasco Ibáñez es probablemente el mayor exponente naturalista en sus primeros años)), le vemos transitar la vida intentando salir del atolladero social en el que ha nacido. La cultura que ha llegado a tener, sus dotes literarias, le permiten hacerse un hueco como periodista-articulista. Pero cuando decide huir con Fe (Feliciana, la hija del Mosco (cazador furtivo en la Casa de Campo (Blasco, cuando fue senador en Madrid llegó a participar en alguna de esas cacerías furtivas (nos cuenta en el prólogo))), la vida se les pone cuesta arriba. Gracias a la ayuda de un buen cura, obsesionado con los libros al tiempo que ánima cristiana irreprochable, tienen la vivienda cubierta. La fortuna les parece sonreír cuando un senador le ofrece trabajar de negro literario.  Pero al acabar este trabajo bien remunerado, de nuevo la miseria se posa en sus vidas. Feli, trabajadora, emprendedora, amante compañera, pondrá todo de su parte. Pero la situación empeora cuando ella queda embarazada…

Todo ocurre en la periferia de Madrid, entre la “horda”, pobres gentes, gitanos que se dedican a la busca, miserables que han de saltar las vallas de la Casa de Campo y escapar de las escopetas de los guardas reales…

Escrita en 1905, seguro que La busca de Baroja le sirvió de acicate a Blasco. No obstante, las diferencias son evidentes. Baroja, mas existencialista, nos sumerge en la sicología de sus héroes. Blasco, naturalista, pone en marcha su peculiar “cinematógrafo” para grabar en nuestra imaginación el tiempo y el espacio en el que viven.  


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