Miguel de Unamuno: Tres novelas ejemplares y un prólogo

 


Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920) reúne tres historias cortas junto a un prólogo al que Unamuno le quiso dar especial valor, considerándolo prácticamente como una cuarta novela del libro. En dicho prólogo nos dice el autor cómo hay que crear personajes y sus novelas:

Si quieres crear, lector, por el arte personas, agonistas-trágicos, cómicos o novelescos, no acumules detalles, no te dediques a observar exterioridades de los que contigo conviven, sino trátalos, excítalos si puedes, quiérelos sobre todo, y espera a que un día—acaso nunca—saquen a luz y desnuda el alma de su alma, el que quieren ser, en un grito, en un acto, en una frase, y entonces toma ese su momento, mételo en ti y deja que como un germen se te desarrolle en el personaje de verdad, en el que es de veras real. Acaso tú llegues a saber mejor que tu amigo Juan o que tu amigo Tomás quién es el que quiere ser Juan o el que quiere ser Tomás o quién es el que cada uno de ellos quiere no ser.

Y es que todo hombre humano lleva dentro de sí las siete virtudes y sus siete opuestos vicios capitales; es orgulloso y humilde, glotón y sobrio, rijoso y casto, envidioso y caritativo, avaro y liberal, perezoso y diligente, iracundo y sufrido. Y saca de sí mismo lo mismo al tirano que al esclavo, al criminal que al santo, a Caín que a Abel.

Las tres novelas son: Dos madres, El marqués de Lumbría y Nada menos que todo un hombre.

Hace ya tiempo que leí Su único hijo, de Clarín. Es difícil olvidarla porque en ella nos encontramos con la maldad cara a cara. Parece Unamuno querer emular a su maestro, especialmente en las dos primeras. Y como en aquella, encarna la maldad en los personajes femeninos; mientras que los hombres son, a la manera de Bonifacio Reyes, pobres hombres en manos de unas mujeres desalmadas.

No ocurre esto en la última de las tres novelas. Alejandro Gómez, su protagonista, es un hombre seguro de sí mismo que se siente superior a todo el mundo. Cuando se casa con Julia Yáñez, empieza un extraño juego ocultando ambos sus verdaderos sentimientos. Juego que les acerca peligrosamente al final dramático en varias ocasiones; y que termina, de forma parecida a como lo hace  El árbol de la ciencia, en el reconocimiento del amor.

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