Leopoldo Alas "Clarín": Su único hijo

 


Cuando acabé La regenta pensé que no leería nada más de “Clarín”. Como ya dije, a pesar de reconocer la maestría de Leopoldo Alas, escritor posiblemente condenado a ser de exclusiva lectura académica, en su obra maestra había algo que me incomodaba. Esa presencia de la maldad social, desde que vemos a Don Fermín observar con el catalejo sus dominios espirituales, hasta que el sapo besa a la princesa al final, me causó desazón y cierto malestar. Reflexionando sobre el asunto pensé que, en parte, provenía la incomodidad del naturalismo en el que militaba el autor.  Puede ser, algún día leeré a Zola u otros autores emblemáticos de aquel movimiento y podré comparar y determinar si mis impresiones provienen o no del mismo.

Como se puede comprobar ha sido cuestión de meses “cambiar de opinión”. Inmerso como estoy en el descubrimiento de las grandes obras literarias españolas del XIX, no podía dejar de leer Su único hijo, segunda novela  de “Clarín”.

Impresionante. De nuevo me ha dejado sin palabras. En esta ocasión, en vez de a una mujer, nuestra apasionada y (casi) irreductible Ana Ozores, se ceba, no puedo utilizar mejor palabra, con Bonifacio Reyes, un pobre hombre, melifluo, calzonazos, estúpido, atolondrado, carente de valor, ensoñador, incompetente, incapaz y, por qué no decirlo, también, un iluso bonachón que todavía cree en las virtudes de los seres humanos, tan diestramente eliminadas de la novela por el autor. Virtudes que Bonis está dispuesto a mantener vivas perdonando todo y a todos para ser el buen padre de su único hijo. ¿Pero es realmente su hijo?

Mi hijo es mi hijo. Eso que tú no tienes y buscas, lo tengo yo: tengo fe, tengo fe en mi hijo. Sin esa fe no podría vivir.

Esta segunda novela, además de invertir el sexo del protagonista principal de la primera, es más corta y aparentemente desordenada. Ya no hay tanta distancia del narrador con los personajes, aunque hace lo posible por mantener la ambigüedad sobre la duda de la paternidad. La narración es mucho más rápida y se evitan las minuciosas descripciones. Con ello consigue que la novela tenga un toque de modernidad que seguro desagradaría a los críticos del momento. Además de ser una descripción atroz de una realidad muy desagradable. Quizás la intención de “Clarín” era dar respuesta con ello a alguna de las críticas que recibió por La regenta. Podemos suponer que al igual que me ocurre que no puedo dejar de comparar ambas novelas, al autor le pasaría lo mismo. Esto las hace complementarias. Un contraste muy interesante.

Alguna que otra vez he mencionado aquello de que los libros clásicos son los que nos leen a nosotros mismos. Sin duda este lo es más que La regenta. No puedes leerlo impasible. Bonifacio es un antihéroe completo. La acumulación total de cualquier defecto que se nos ocurra parece estar en él. Y si nos identificamos con él en algo nos sentimos descubiertos, como desnudos ante un médico descortés incapaz de suavizar el diagnóstico sonriendo ufano porque él está sano y nosotros no.

Muy recomendable.

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