Francisco Casavella: El día del Watusi
Faulkner decía que un buen escritor podía contar la misma historia
un par de veces a lo largo de una novela. Un escritor extraordinario podía
llegar hasta contarla tres veces. Puede que Francisco Casavella
quisiera demostrar que era un escritor extraordinario cuando escribió El día del Watusi. O, mejor dicho, los tres libros que decidieron editar
juntos.
Porque en el fondo uno tiene la sensación de que tras la maravilla que es el primer libro, los otros dos no son más que un intento de volvernos a contar esta misma historia varias veces. Bueno, bueno…. me dirá otro lector de la notable novela del escritor maldito. Más bien es la evidencia de que aquella historia original del Watusi convirtió a Fernando Atienza en un ser atrapado por la culpa y por la fantasía de haber vivido un día memorable. Un hombre que aprendió en su alocada carrera por evitar una paliza, o quizás la muerte, a vivir en un mundo hostil, rodeado de corruptos, drogadictos y mentirosos. La cobardía que una amenaza de muerte nos hace cometer perdura durante el resto de nuestra vida.
Una radiografía de la España oculta que controla los hilos (y
el Mundo) desde tiempos inmemoriales.
Como leemos en la maravillosa El Gatopardo, cambiarlo todo para que nada cambie. En ese sentido camaleónico
esta novela me ha recordado a El
caballero del hongo gris que acabo de leer también. Porque ambos
protagonistas tienen en común la lucha por la supervivencia, el adaptarse al
medio, prever los peligros y escurrir el bulto. De la Serna quiso denunciar la depredación del nuevo mundo
capitalista. Casavella nos relata la
depredación que el nuevo estado español
postfranquista iba a suponer. Nuevo estado cuya culminación fueron las
olimpiadas del 92. Fecha en la que la crisis nos dejó fuera de juego y tuvimos,
mis padres y yo, que empezar de nuevo. Y la lectura de este libro me ha hecho
pensar en aquellos hechos y verlos desde otra perspectiva; porque, como en El día del Watusi, todo indica que vamos
construyendo nuestro universo personal para sentirnos seguros y protegidos a
base de pequeñas trampas y mentiras. La corrupción que salpica los telediarios
de vez en cuando no es más que la punta del iceberg. Un iceberg que mantenemos
bajo la superficie entre todos el mayor tiempo posible hasta que algún descuido,
o por la voluntad de ocupar un lugar privilegiado alguien o algunos, salta como
una inmensa ballena azul sobre la superficie. Entonces la observamos con
estupor pero con la tranquilidad de que la fuerza de la gravedad la volverá a
sumergir bajo las aguas y retornará la calma.
Ps: Obviamente los estilos son diferentes y las obras, por complejidad y tamaño incomparables. Pero la casualidad ha hecho que las lea al mismo tiempo y las analogías se me han hecho evidentes.
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