G. Tomasi di Lampedusa: El gatopardo
Algunas veces vemos en la
televisión cómo unos expertos han descubierto que un cuadro, atribuido a un
pintor de renombre, realmente no es suyo sino de un discípulo o de un imitador.
En ese instante el cuadro pierde gran parte de su valor porque deja de ser original. No en el sentido de algo nuevo,
que no tiene nada que ver con algo anterior; más bien desde el punto de vista mercantilista.
Estas noticias siempre me asombran porque muestran que hay algo arbitrario en
el arte. Un punto circunstancial, alejado de lo subjetivo, alejado de lo
objetivo también, que rodea la mirada con la que contemplamos las obras.
El gatopardo es una magnífica obra literaria. Su prosa cuidada,
bella, la universalidad de la historia que se nos cuenta, aunque ocurra en un
tiempo y en un lugar determinados (el desembarco de Garibaldi en Sicilia y los
años siguientes hasta la unificación de Italia), dotan al libro del valor
artístico que hace grande a toda gran obra
literaria. Y, sin embargo, como claramente se ve con este comienzo de mi
reseña, encuentro un pero.
Lo primero que quiero decir es
que un libro como este necesitaría una reseña mucho más trabajada por mi parte.
Disculpas pues por no encontrar el ánimo
para hacer ese trabajo: ¡hay tanto que se puede decir! Voy a limitarme a mi pero.
La pega que quiero mostrar
proviene del hecho de que desde el primer momento he leído esta obra bajo el prisma de Proust. Quizás no tenga
fundamento mi crítica, y ambos autores no tengan nada que ver y yo he visto
semejanzas porque, sencillamente, las obras de calidad no tienen más remedio
que parecerse. Pero he sentido que Tomasi di Lampedusa ha querido emular al escritor francés. Y así ha
escrito una bellísima obra con frases elaboradas, inteligentes, con humor,
hablándonos del amor, la política, la ciencia, la religión…
¿Qué es lo que noto que la aleja de
La busca? El narrador.
En la obra de Proust el narrador
nos cuenta su propia vida, sus reflexiones, su mirada sobre los mundos que le
rodean y que, con su punto de vista tan personal, convierte en unos mundos
míticos envueltos por una aureola encantadora. El narrador forma parte de la
historia sustancialmente.
En El gatopardo el narrador está fuera de la historia. Busca con ello jugar
con el tiempo de una manera especial, diferente a como lo hace Proust,
refiriéndose a un pasado remoto, al final de una época y el principio de otra. De
ahí la necesidad del último capítulo, tras el que podría haberlo sido (La
muerte del príncipe), que explícitamente incluye en su descripción estas
palabras: El fin de todo.
Me hubiera gustado no sentir esta
obra como yo la he sentido, porque de
esa manera la desmerece, dejándola, a mi parecer, en una muy buena obra, pero
no en una obra maestra. Quizás sea este uno de los motivos que hace de la
relectura un interesante proceso: darse una nueva oportunidad, porque, como
dice un amigo, si decidimos no volver por el mismo camino al hacer una ruta por
la montaña nos perdemos la mitad de la vista.
Luego todo se apaciguó en un montoncito de polvo lívido.
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