Gabriel Miró: Del vivir

 


Me van a perdonar Azorín y sus fervientes seguidores e incluso sus detractores, pero me está gustando mucho más Miró. Bueno, no es buena idea eso de comparar; lo que quiero decir es que al leer a Gabriel Miró siento un placer mayor que al leer a Azorín, quizás porque no me lo esperaba…

Y eso que nada más comenzar Del vivir uno piensa enseguida que en esta primera novela de sus obras completas parece, Miró, copiar al Azorín de La voluntad y al Baroja de Camino de perfección. Pero a mí me gusta más Sigüenza que Antonio Azorín o Fernando Osorio. Estos últimos llevan sobre sus espaldas el cansancio universal. Aunque los tres se limitan a observar el paisaje en un sentido muy amplio, que incluye a la naturaleza y a las gentes, es el personaje de Miró quien más simpatías me genera. Además, la belleza que rezuma el texto no para de asombrarte. 

Miró quiso describir, como su “maestro”, el paisaje alicantino.  Y para ello, como ellos, utiliza a un hombre de mirada atenta que recorre los pueblos. Sigüenza, más observador con ojos de científico, de naturalista, tiene un objetivo (no como los otros): ver con sus propios ojos los estragos que la lepra produce. Por eso va a Parcent. Por la época que se escribe este libro todavía no se había construido el sanatorio de Fontilles, pero de ese proyecto también se habla en él. Aquí radica sin duda la gran diferencia con las anteriores dos novelas. Hay un trasfondo de optimismo, de confianza en la ciencia y en las gentes para salir adelante que, junto a la luminosa prosa de Miró, produce la sensación de respirar el fresco aire al llegar a la cima de una montaña.  

Muy recomendable.

 


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