Guillermo Aguirre: Un tal Cangrejo

 

 

Guillermo Aguirre ha dado el salto a la Literatura de primera división con su última novela Un tal Cangrejo. Cierto que tanto el título como la portada intentan mantener ese aroma de joven escritor prominente y alternativo. Pero, lo notamos en la fotografía de las guardas, ya no nos las vemos con un pimpollo que se quiere dar a conocer. Ahora es un escritor maduro y eso se nota en su estilo y en todo el libro.  Una novela de estructura muy cuidada, pensada, recapacitada y mimada.

Algo debió carcomer a Guillermo en su interior para decidirse a escribir (y a acabar) una novela que habla de los adolescentes, de la implantación de la ESO, de madres que se enfrentan a la vida familiar solas, de niños que se ven mayores en un mundo en el que los adultos desaparecen.

Un libro duro que cuesta leer porque lo que se narra no es gustoso de conocer. En mi caso creo que más dada mi doble condición de profesor y padre de adolescentes. Porque tras 25 años como docente no puedo decir que me extrañen las historias de Grejo, el Persa, Beni, Jotacé, Sabrina y demás. Más bien me recuerdan a algunos alumnos que he tenido. Como tampoco me parecen inverosímiles las madres de estos. Más bien me ayudan a abrir la mente y ver las familias de aquellos de otra manera, no como culpables, porque más bien lo que parece es que nadie es inocente.

Y también me duele reconocerme como narrador omnisciente de mi pasado como el narrador que aparece, no siempre, en esta novela. Me reconozco como personaje que vivió historias similares a una distancia prudencial, siguiendo una vía natural que evitaba atravesar aquellas lindes que definían los territorios en los que amigos o conocidos vivían una vida como la de estos personajes. Una vida que yo no quería para mí y en la que no me importaba ver caer, y desaparecer, a aquellos.

Recuerdo un día que fui a mi ciudad natal, hará quince años o más, y por las calles nocturnas me topé con un hombre bebido. Lo evité por precaución, y creo que me increpó al notar mi desprecio. Cuando nuestras miradas se cruzaron nos reconocimos. Mi mejor amigo del colegio. Nos saludamos con un ligero movimiento de la cabeza y nos alejamos.  Sé que murió no hace mucho. Me lo dijo un amigo por Facebook que se lo había comentado su hijo. No voy a decir que sintiese una pena especial. Él no pasó de la EGB, no fue uno de los que seguimos estudiando en pos de una vida mejor, porque teníamos confianza ciega en estar cimentando un futuro prometedor. Nuestra vía natural... Instituto, universidad, trabajo, casamiento, hijos...

Yo me siento un ser afortunado como ha de sentirse Guillermo Aguirre en la medida que es protagonista de esta novela. Como aquel muchacho que fue y no cayó en un negro pozo, como el escritor que es y que, tras Electrónica para Clara, Leonardo y El cielo que nos tienes prometido, ha escrito una novela que, como ven, me ha hecho hablar de mi mismo porque las grandes obras son aquellas que desde que las empiezas vas sintiendo que te leen y te descubren y te recuerdan y no quieres que acaben aunque en algún momento se te hagan cuesta arriba porque caminar no siempre se puede en llano.  

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