G. Aguirre. Leonardo.

Guillermo Aguirre es un Escritor.

Si la falta de uso no hubiese acabado con el término escribidor, no sería necesario utilizar la mayúscula para distinguir entrambos. Pues por un lado estarían los innumerables escribidores que no pretenden nada más que vivir de unas reprochables ventas (o que no tienen vergüenza) y los que, sencillamente, son escritores.

Desde la primera linea, como se suele decir, Aguirre muestra que sus fines son la originalidad y la calidad (en su justa medida, tal y como a S. Johnson le agradaba). La primera la logra mediante la construcción de Leonardo, un personaje a la vez próximo y alejado del mundo encerrado en su rincón de trabajo; odioso y entrañable; ser de ficción y antiguo colega del colegio al que no veías desde unos veinte años. Todo ello aderezado con una prosa cuidada, especialmente en los momentos en los que Leonardo/Aguirre se zambulle en un interesante clasicismo de piratas y aventureros. 

De la mano de Leonardo vas descubriendo que Aguirre confiesa esa obsesión a la que está condenado  como Escritor. La desesperada búsqueda de la originalidad y la belleza que obliga  a todo el que la padece al continuo alejamiento de lo normal y corriente: no cabe una novia normal, un trabajo normal, una familia normal, una vida normal (léase mediocre si más gusta)... Necesitas esa droga que te hace sentir especial, que te llena del ánimo necesario para ir hasta el fin del mundo en busca del preciado tesoro. Un absurdo tesoro que consiste en estar a punto siempre para zarpar hacia un nuevo destino. 

Guillermo Aguirre también es un hombre joven. Y como tal gusta mostrarse acorde a su tiempo: moderno. Leonardo no es tan transgresora como su anterior novela. Esperemos que esto no sea un signo de desfallecimiento. Una renuncia a la originalidad y calidad en pos de las ventas. Sino un indicio de madurez. 

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