Emilia Pardo Bazán: Memorias de un solterón

 


Como dije al acabar la reseña de Doña Milagros, te has de lanzar de cabeza a la lectura de su continuación: Memorias de un solterón. Seguimos conociendo las vicisitudes de Don Benicio Neira y sus hijas. En esta ocasión no es el propio personaje quien nos narra su historia. Pardo Bazán recurre a la narración de Mauro Pareja, apodado el Abad, por su vocación a la soltería.

En la primera parte de la novela, Mauro se nos presenta como un hombre que le encanta iniciar relaciones con mujeres, relaciones más o menos platónicas, a las que siempre pone fin cuando parece que pueden prosperar y acabar en matrimonio. Él se justifica diciendo que lo que le gusta de las relaciones con ellas es esa fase inicial en la que las parejas se buscan, se tantean, se siente algo especial por estar cerca del otro… Pero en su caso siempre ha habido algún desencanto que le hace romper la relación. Eso sí, sin haber “socavado nunca la virtud de la mujer”.

Mauro conoce a Don Benicio, quien lo considera un amigo en quien confiar sus preocupaciones por sus hijas. Así es como Mauro nos sirve de interlocutor privilegiado para seguir conociendo los avatares de las hijas.

Aunque ya sabemos que tiene muchas (y un hijo), la novela se centra en tres. Dos de ellas tienen relaciones inadecuadas con hombres que acabarán pasándoles factura. Una con un mal final y la otra, digamos, acaba “bien”. La tercera, y más interesante, es la historia de “Feíta”. “Feíta” es la hija “inteligente” y consciente de su inteligencia, que quiere graduarse y trabajar como profesora. No piensa en casarse. Trabaja de institutriz cuando puede y se mueve por Marineda sola, cosa transgresora en aquel entonces, como todo su comportamiento. Se hará asidua visitante de casa de Mauro, quien dispone de una importante biblioteca. Estas visitas le empiezan a incomodar por el significado perverso que los maledicentes propagan siempre que pueden. Nosotros vamos descubriendo la personalidad tan especial de Feíta y cómo entre ambos va surgiendo cierta complicidad.  En un momento ella dice una frase magistral (cuyo valor traspasa los años y, a mi juicio, posee la misma validez en la actualidad):

Creí que la libertad consistía en salir sola a la calle. No; también consiste en estar sola dentro de casa.

Conocer los pensamientos de Feíta es lo que más me ha gustado del libro, aunque el final que le ha deparado doña Emilia no es el que me esperaba.

No menos importante es la aparición de un joven socialista, el compañero Sobrado, quien cree Mauro que siente algo por Feíta, pero que descubrimos que es el hijo no reconocido de Baltasar Sobrado y Amparo la cigarrera, protagonista de La tribuna. Ya había salido en una ocasión la referencia en Doña Milagros. Pero en esta novela los hechos relacionados con el mal padre y desdeñoso amante de la cigarrera son centrales. Tanto es así que más que un ciclo inconcluso, estas dos últimas novelas parecen el punto final de la trilogía formada por La tribuna, Doña Milagros y Memorias de un solterón. El Baltasar Sobrado tiene cierto affaire con una de las hijas pero el hijo no reconocido hará todo lo posible para que su verdadero padre abandone esa relación y se case con su madre.

En fin, creo que lo mejor que pueden hacer es leer estas tres novelas y disfrutar de una de los mejores novelistas que ha tenido este país.

 

 

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