Ramiro de Maeztu: Hacia otra España

 


Cuando fusilaron a Maeztu al poco de empezar la Guerra Civil lo convirtieron en uno de los primeros mártires del “nacionalismo” español que ganó la guerra. En los últimos años de su vida, especialmente durante la II República, mostró un pensamiento radical próximo a los totalitarismos que sacudían Europa. Con esos antecedentes me pregunto (o me preguntas), ¿cómo diantres he acabado (has acabado) leyendo este libro?

Azorín, Baroja y Maeztu formaron el denominado Grupo de los tres: El grupo pretendía la transformación de España para su equiparación con los países europeos (los tres “militaban” el anarquismo). Hacia otra España se publicó en 1899.  Tras haber leído Idearium español y En torno al casticismo, de los dos amigos Unamuno y Ganivet, he querido leer un punto de vista (que esperaba) diferente. Y, ciertamente, el libro de Maeztu es bastante diferente. Maeztu reúne algunos artículos anteriores al desastre del 98 (Páginas sueltas y De las guerras), donde trata con cierto detenimiento diferentes problemas entre los que se encuentra el separatismo emergente, y acaba con una tercera sección con propuestas de cambios (Hacia otra España). Maeztu es sarcástico y mordaz. No deja títere con cabeza. Arremete contra todos:

Arrastra España su existencia deleznable, cerrando los ojos al caminar del tiempo, evocando en obsesión perenne glorias añejas, figurándose siempre ser aquella patria que describe la Historia. Este país de obispos gordos, de generales tontos, de políticos usureros, enredadores y «analfabetos», no quiere verse en esas yermas llanuras sin árboles, de suelo arenoso, en el que apenas si se destacan cabañas de barro, donde viven vida animal doce millones de gusanos, que doblan el cuerpo, al surcar la tierra con aquel arado, que importaron los árabes al conquistar Iberia; no se ve en esas provincias anchurosas, tan despobladas como estepas rusas: no se ve en esas fábricas catalanas, edificadas en el aire, sin materia prima, sin máquinas inventadas por nosotros, sostenidas merced al artificio de protectores aranceles: no se ve en esas minas de Vizcaya, de donde salen toneladas de hierro, que pagan los ingleses á cuatro ó cinco duros, para devolvérnoslas en máquinas, cuyas toneladas pagamos nosotros millares de pesetas; no se ve en esos vinos, que para que encuentren compradores han de filtrarse por los alambiques de Burdeos; no se ve en esas ciudades agonizantes, donde la necedad ambiente aplasta á los contados espíritus que pretenden sustraerse á su influjo; no se ve en esas Universidades de profesores interinos; en este Madrid hambriento; en esa prensa de palabras hueras; mirase siempre en la leyenda, donde se encuentra grande y aprieta los párpados para no verse tan pequeña.

Pero al igual que Ganivet y Unamuno, Maeztu propone soluciones y se muestra optimista. En eso podemos decir que es más pragmático este último. Su propuesta la encontramos en nosotros mismos, concretamente en nuestro litoral. Al contrario que Unamuno que ve en la meseta el reducto espiritual que contiene la esencia del espíritu castellano y clásico, Maeztu dice que en la meseta está el principal problema de España. El litoral, pone como ejemplo Bilbao, Barcelona y Valencia, muestran el camino a seguir: el camino del trabajo, del capital, del negocio, de la productividad. Hay que “industrializar” la meseta. En eso coincide con Joaquín Costa, aunque no comparte con él que el proceso de modernización esté regulado por el Estado;  Maeztu cree en la inversión privada. Quizás por eso hay quien lo considere un “anarquista”, en el sentido de querer una nación que se parezca a los EEUU.

En el libro Maeztu también arremete contra los escritores del momento, salvando a algunos también:

Del mismo modo que no existe un partido político que arrastre en pos de sí á la multitud, no hay un literato de renombre que acierte á hablar al alma de los españoles contemporáneos. Legajos medioevales han ahogado á Menéndez Pelayo; las imágenes históricas han desorientado á Castelar; Sellés apenas escribe, Gaspar tampoco, ni Palacio Valdés, Pereda se encastilla en el verdor de las montañas, sin advertir que sus tipos van desapareciendo á medida que la piqueta del minero allana la comarca; la señora Pardo Bazan, requerida al mismo tiempo por sus lecturas naturalistas y por sus creencias ortodoxas, no sabe con quien ir; Ganivet ha muerto, cuando más lo necesitábamos; Benavente murmura deliciosos requiescat ante las «figulinas» que Madrid exhibe en su bohemia política y en su aristocracia agonizante, pero no vislumbra la nueva España que se está inculcando; Dicenta, colocado, por un capricho de su genial instinto, en el punto donde acaba el concepto calderoniano del amor y de la honra y comienzan las positivas luchas de estos días, no atina con el modo de desprenderse de la corcova romántica.

Sólo un escritor, Pérez Galdós, ha desentrañado del burbujeo de los gérmenes la España capitalista que se nos echa encima. En su libro Mendizábal abundan los brochazos en que los ojos del novelista más se han fijado en la patria de hoy, que en la de nuestros abuelos. Para mal de todos llega Galdós á la epopeya nueva—la industrialización del suelo—después de haber invertido largos años en el cultivo de la historia, en los amores de la libertad, en el ansia de verdad naturalista y en el neomisticismo... y llega sin calor,—no tan solo sin calor de corazón, que es lo de menos,—sin calor de pensamiento,—que es lo trascendental.

Si de alguna parte puede venir la renovación literaria será de allende el Ebro. En cabezas como la de Unamuno caben los embriones de un centenar de literaturas y filosofías nuevas. La lucha entre el temperamento místico y el hábito del análisis lógico; la pugna entre el hombre y el intelectual; la resistencia de aquél á ser por éste devorado y su derrota inevitable, puesta de manifiesto por el trabajo sostenido de la célula nerviosa y el amortiguamiento de los restantes órganos; la concepción amplísima del dinamismo económico y el culto de la muerte y de la estepa sin verdura... todo se encuentra en ese bilbaíno colosal, aunque atropellado, confundido, sin valor eficiente.

Reconozco que, sin ser un apasionado de la Historia, la última década del siglo XIX, si no todo el siglo, es muy interesante. En algún momento he reflexionado sobre la conformación del estado moderno. Es decir, cómo el estado moderno, los países actuales, se han ido definiendo como estructura de poder a lo largo de los últimos dos siglos. Todo indica que nos encaminamos hacia una gran crisis global. La sostenibilidad del sistema es cuestionable. La explotación de los recursos parece tener los días contados. La acumulación irracional de la población nos hace pensar que la distribución del trabajo y de los servicios hará sucumbir la ciudad como se ha entendido. Ver cómo en aquella época Maeztu aboga por este sistema para salir de la crisis del estado español me lleva a pensar que estamos peor que nunca. ¿Quién alza la voz como hicieron entonces Ganivet, Unamuno, Maeztu y otros?

 

Comentarios

Entradas populares