Ángel Ganivet: Idearium español

 


El Naturalismo es una forma consciente de escribir, o más generalmente de hacer arte, que se fundamenta en algunos elementos del determinismo de H. Taine, del método crítico inductivo de Sainte-Beuve y del materialismo racionalista de Renan (Historia y crítica… Zavala et al.). Decía Zola (Carta prólogo a La mariposa, de Oller, de la que ya he hablado en mi anterior reseña): las evoluciones literarias son como las ráfagas de viento que arrebatan y siembran los puñados de semilla por los campos vecinos; según el terreno, brota la planta y sigue la misma, aunque se convierta en otra: según es la nación, la literatura echa ramaje distinto y obtiene del genio y de la lengua nacionales, flores de esplendor original.

¿Por qué leer “ahora” el Idearium español de Ganivet? (Se puede leer aquí).

Si el ahora se entiende como en el momento en el que el lector de esta reseña la lee, la respuesta es porque es una obra fundamental finisecular que reinicia el ensayo en este país. Pero mi ahora se refiere tras haber leído algunas de las novelas clave del realismo y naturalismo decimonónico español. Este ensayo, junto a los que publicó Unamuno en torno al casticismo (que también estoy leyendo en estos momentos), se considera punto de partida teórico del nuevo movimiento literario que sustituirá (o alejará del anterior) a los novelistas en el cambio de siglo.

Ganivet nos habla del carácter español como pueblo. De las relaciones políticas y las formas de estado por las que hemos pasado y que encajan con nuestra forma de ser. También hace propuestas de futuro. Desde el punto de vista literario alude al teatro de Calderón como muestra de nuestro carácter (aunque critica al de Lope: “Lope no daba casi nunca porque tiraba sin apuntar, al aire”).  Pero, como cabe esperar, utiliza nuestra gran figura literaria como máximo referente: El Quijote. Curiosamente habla de la combinación Sancho-Quijote como gran representación del pueblo español:

Don Quijote no ha existido en España antes de los árabes, ni cuando estaban los árabes, sino después de terminada la Reconquista. Sin los árabes, Don Quijote y Sancho Panza hubieran sido siempre un solo hombre, un remedo de Ulises. Si buscamos fuera de España un Ulises moderno, no hallaremos ninguno que supere al Ulises anglo-sajón, a Robinsón Crusoe; el italiano es un Ulises teólogo, el Dante mismo, en su Divina Comedia, y el alemán un Ulises filósofo, el Doctor Fausto, y ninguno de los dos es un Ulises de carne y hueso. Robinsón sí es un Ulises natural, pero muy rebajado de talla, porque su semitismo es opaco, su luz es prestada; es ingenioso solamente para luchar con la naturaleza; es capaz de reconstruir una civilización material; es un hombre que aspira al mando, al gobierno «exterior» de otros hombres; pero su alma carece de expresión y no sabe entenderse con otras almas. Sancho Panza, después de aprender a leer y a escribir, podría ser Robinsón; y Robinsón, en caso de apuro, aplacaría su aire de superioridad y se avendría a ser escudero de Don Quijote.

A mi juicio la importancia de este ensayo está en la reflexión sobre nuestro pasado y sobre lo que somos. Esa introspección, ese mirar hacia adentro, es lo que se considera propio de la Generación del 98. Pero además, y quizás más importante aún, sea que la nueva tendencia literaria se propicia desde nosotros mismos. Sin ser un gran conocedor sobre el tema, estamos en un momento de sustitución referencial literaria y también de revaloración del pensamiento en España: Ganivet, Unamuno, Azaña, d’Ors, Ortega… Sin lugar a dudas fue una suerte para este país, tan asediado por las malas prácticas politicas del siglo XIX, tener un nutrido grupo de intelectuales con aspiraciones de cambio.

 

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