Emilia Pardo Bazán. Los pazos de Ulloa

 


No soy yo de los que cogen un buen libro y lo analizan de arriba abajo, desentrañando la pericia del autor, apuntando en las hojas comentarios sobre el acierto o descuido del mismo, estableciendo el orden de los hechos principales, la construcción de los personajes, la descripción del entorno físico, la presentación del entorno social, los giros dramáticos, la elaboración del final, el léxico utilizado, la bondad de los diálogos, etc. Pero en esta ocasión, cuando he acabado, en solo dos días, Los pazos de Ulloa, me han entrado ganas de volverla a leer, aunque sea por encima, para estudiar cómo Emilia Pardo Bazán escribe esta magistral novela.

Y eso que, al principio, el contraste entre el melifluo sacerdote Don Julián y la brutalidad de Don Pedro y del mayordomo Primitivo me hicieron pensar que Doña Emilia se empeñaba en exagerar innecesariamente su historia, perdiendo verosimilitud y alejándonos de los personajes. Pero la reacción natural de todos tras las crueldades iniciales, hace que vayas entrando en la historia y aceptes, como aceptas en La barraca, que el mundo que nos describen existe. Un mundo rural, de comportamientos a veces atroces, de mujeres, hombres y niños acostumbrados a reglas y procederes distintos. Mientras observas atento ese mundo, piensas que, pocos años más tarde, la intención de Pereda en Peñas arriba, fue la de atraer “turísticamente” a su tierra a aquellos que quedaron horrorizados ante lo que te esperas encontrar en Galicia tras leer Los pazos de Ulloa.

Creo que una de las cosas más interesantes que tiene esta novela es su plasticidad. No recuerdo en absoluto si vi la serie de televisión. No obstante, aunque las imágenes que me han venido a la mente tuvieran su origen en el visionado de aquella serie, que no lo creo (porque a veces me ha recordado a otras películas españolas de mucha tensión o, sencillamente, de miedo), cuando acabas la novela te es fácil recorrerla mentalmente a través de las imágenes que te ha ido generando. Es como cuando acabas de ver una buena película y sigues en tu mente durante algún tiempo repitiendo algunas escenas tratando de saborearla de nuevo; como quien acaba una buena comida y se regodea relamiéndose recordando lo que ha comido.

Alguien se preguntará ¿películas de miedo? Pues sí. Esta novela, que tradicionalmente se considera ejemplo del naturalismo, tiene momentos en los que, identificándote con algún personaje concreto, temes por tu/su vida. No es de extrañar que también la consideren gótica. Aunque algún episodio con meigas sea más que nada folclórico, la maldad que observamos en Primitivo, la impotencia contra este hombre huraño que todos muestran, su capacidad de controlar todo y hacer su voluntad es aterradora. Nos lo imaginamos oculto en el bosque, en los rincones de la casa, armado con la escopeta, dispuesto a acabar con nosotros si llega a considerarnos un peligro.

La novela acaba con un poco de azúcar y un poco de sal. Quizás el fiel de la balanza esté ligeramente inclinado hacia la pesadumbre, puesto que hasta la última escena en la que la alegría llena el paisaje, hay unas pinceladas grises, sabias, que nos hacen querer más, pues el viento entre las tumbas nos hace llegar el aroma del drama. ¿Qué nos contará Doña Emilia en La madre naturaleza?

En mi opinión, ha llegado el momento de felicitar de todas veras a la ilustre escritora gallega por la demostración palmaria de sus facultades notables como artista. Sí; bien se puede decir ahora sin ningún género de reservas: Emilia Pardo sabe escribir buenas novelas.

Leopoldo Alas “Clarín”. Los pazos de Ulloa. La Ilustración Ibérica, n.º 213, 29-I-1887, págs. 70-71

  

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