V. Blasco Ibáñez: La barraca

 


La barraca es una novela brutal. No sé si los recuerdos que tengo son de una antigua lectura o de la serie televisiva. Ahora caigo que cuando era un chavalín, televisión española produjo series sobre las más importantes obras de nuestra literatura….

En el prefacio que Blasco Ibáñez escribió en la edición que he leído, que si no me equivoco es de 1925 (no pone el año en mi libro), nos relata la génesis de esta novela corta:

Perseguido por la autoridad militar como presunto autor de este suceso, viví escondido algunos días, cambiando varias veces de refugio, mientras mis amigos me preparaban el embarco secreto en un vapor que iba a zarpar para Italia.

Obligado a permanecer en una habitación interior, completamente solo, leí todos los libros que poseía el tabernero, los cuales no eran muchos ni dignos de interés. Luego, para distraerme, quise escribir, y tuve que emplear los escasos medios que el dueño de la casa pudo poner a mi disposición.

Así, escribí en dos tardes un cuento de la huerta valenciana, al que puse por título Venganza moruna.

Tras estar exiliado en Italia varios meses volvió a España.

Luego pensé en la conveniencia de ensanchar este relato, un poco seco y conciso, haciendo de él una novela, y escribí La barraca.

Esa novelita, nos cuenta, pasó sin pena ni gloria por las librerías. Sin embargo, un editor francés la compró estando de paso en una estación y decidió traducirla. Tras varios intentos fallidos obtuvo el permiso de Blasco Ibáñez. Y los periódicos españoles relataron un día cómo la traducción de La barraca triunfaba en el país vecino. Así fue cómo el insigne autor valenciano se convirtió en «el ilustre autor de La barraca».

La barraca nos cuenta una historia violenta. El comportamiento de las personas está empujado por el odio. La injusticia social origina un acto brutal y la gente de la huerta norte valenciana utiliza como símbolo de lucha mantener los campos y la barraca del tío Barret yermos. Cuando una familia llega a ellos dispuestos a cultivarlos y a reparar la vivienda, no son recibidos como iguales porque los pobres no son necesariamente buena gente por ser pobres. Son personas llenas de prejuicios, odios, violencia, hambre y, desgraciadamente, dirigidos por un valentón con una moralidad muy deficiente.

Una lectura superficial podría hacer pensar que Blasco Ibáñez se limita a denunciar la brutalidad de un pueblo inculto y desconsiderado. Pero cualquiera sabe que fue un político revolucionario y tras la aparente historia de violencia da un paso más allá al poner en boca del maestro del lugar estas palabras:

—Créame a mi, que los conozco bien: en el fondo son buena gente. Muy brutos, eso sí, capaces de las mayores barbaridades, pero con un corazón que se conmueve ante el infortunio y les hace ocultar las garras... ¡Pobre gente! ¿Qué culpa tienen si nacieron para vivir como bestias y nadie los saca de su condición?

Calló un buen rato, añadiendo luego, con el fervor de un comerciante que ensalza su mercancía:

—Aquí lo que se necesita es instrucción, mucha instrucción. Templos del saber que difundan la luz de la ciencia por esta vega, antorchas que..., que... En fin: si vinieran más chicos a mi templo, digo, a mi escuela, y si los padres, en vez de emborracharse, pagasen puntualmente como usted, señor Bautista, de otro modo andaría esto. Y no digo más porque no me gusta ofender.

 

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