Andrés Carranque de Ríos: Uno

 



Carranque de Ríos es el escritor de la tristeza del revolucionario. Considerado barojiano por su apuesta por la narración continua de acontecimientos, nos muestra siempre (2/3), a un héroe que es un intelectual defensor del cambio social mediante la revolución.

Carranque, al tiempo que describe las desigualdades sociales, parece estar convencido de que no existe la posibilidad real de ninguna revolución (en este país).  Sus personajes principales, obreros intelectuales activistas que recorren los pueblos para hablar de la revolución, acaban silenciados por el poder imperante.

En esta ocasión hay dos situaciones particulares que le permiten describir la sociedad marginal. Por un lado, el servicio militar. Allí nos habla de la relación entre soldados y los mandos. En especial de la tendencia por parte de estos a usar la fuerza para acabar con los movimientos socialistas o comunistas que no solo sacudían el mundo, sino que planeaban sobre la España Alfonsina.

Por otro, la cárcel. El joven Antonio Luna acaba en prisión solo por la intención de dar unas conferencias a los sindicalistas de un pueblo (en eso coincide con el Álvaro Giménez de Cinematógrafo).  Su estancia en el centro penitenciario le permite ahora describir ese otro universo de miserables, las causas de sus condenas y las relaciones entre presos.

En la tercera parte, ya libre, Antonio se interna en los bares y describe a sus habituales. En particular conoce a Emilia, una joven prostituta con la que tiene un hermoso idilio durante unos días. Con esta entrañable relación Carranque nos muestra lo “miserable” que también es el propio Antonio Luna.

Con la vista puesta en un mañana utópico no sólo desdeña las oportunidades que su familia le ofrece para abandonar la vía revolucionaria, sino que también sacrifica el hermoso idilio que ha tenido con Emilia sin ninguna consideración para con ella. Así, el joven revolucionario, sigue un camino hacia ninguna parte, dejando atrás cualquier posible atadura.

Antonio avanzó en busca del campo. Ahora, una claridad de tonos suaves se iba haciendo ámbar conforme avanzaba el sol. Antonio Luna quedó parado en un alto, sugestionado por aquel alumbramiento. Sentía que dejaba lejos los acontecimientos de sus últimos días. Ahora tenía la certidumbre de que empezaba a vivir otra historia. Vio cruzar un grupo de obreros que marchaban en busca de las fábricas, y los siguió con la vista hasta que empezaron a desaparecer en una hondonada. Después reanudó la marcha, una marcha desconocida. En su cabeza bullía una verdad enorme; tan grande y generosa era aquella verdad, que tuvo intenciones de precipitar sus pasos para atajar al grupo de trabajadores y gritarles: ¡Camaradas!

 

 

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