H. de Balzac: La muchacha de los ojos de oro

 


Al acabar hace unos días Los miserables sentí el impulso de leer a Balzac, otro de los grandes que todavía no había leído.  Eché un vistazo a la lista de obras suyas que Bloom nombra en su canon y me encontré con La muchacha de los ojos dorados (1835).  Su breve extensión me animó a leerla. Y la verdad es que me ha dejado absolutamente perplejo…

Empieza la novelita con una larga diatriba sobre los habitantes de París:

En París no hay sentimiento que resista el surtidero de las cosas, y esa misma corriente impone una lucha que afloja las pasiones: allí el amor es un deseo, y el odio una veleidad; no hay más pariente verdadero que el billete de mil francos, ni más amigo que el Monte de Piedad. Tan generalizada desidia da sus frutos y, tanto en los salones cuanto en la calle, nadie sobra, ni nadie es realmente útil ni completamente nocivo, ni los tontos y los bribones ni las personas de talento y probidad. Todo se tolera: el gobierno y la guillotina, la religión y el cólera. A esta gente todos le parecen bien; pero a nadie echa de menos. ¿Quién reina, pues, en esa tierra que no tiene ni conducta moral, ni creencias, ni sentimiento alguno, pero de donde salen y adonde van a parar todos los sentimientos, todas las creencias y todas las conductas? El oro y el placer.

Cuando ya das por hecho que estás ante un ensayo sociológico, Balzac introduce la ficción. El personaje principal es el joven De Marsay.

A finales de 1814, Henri de Marsay no tenía, pues, en el mundo sentimiento obligatorio alguno y se hallaba tan libre como un pájaro sin compañera. Aunque tenía veintidós años cumplidos, apenas aparentaba diecisiete. Sus rivales más exigentes solían considerarlo el muchacho más apuesto de París. De su padre, lord Dundley, había sacado los ojos azules más tiernamente decepcionantes; de su madre, la cabellera negra más opulenta; de ambos, una sangre limpia, un cutis de doncella, una expresión dulce y modesta, un talle esbelto y aristocrático y unas manos muy hermosas. Verlo una mujer y volverse loca por él era todo uno; concebía por él uno de esos deseos, ya sabe el lector, que hincan el diente en el corazón, pero que se echan al olvido por imposibilidad de satisfacerlos, porque la mujer por lo general carece en París de tenacidad.

Con cierto aire cervantino, a lo El celoso extremeño, se encuentra en Les Tuileries con una joven deslumbrante, Paquita Valdés, que descubriremos enseguida vive recluida con sus familiares.  Ya tenemos aquí el poco original argumento…

Pero Balzac va a dar su sello personal o modernidad a la vieja historia.  Por un lado, hay componentes sexuales “desviadas” que van a suponer al joven Don Juan graves problemas de autoestima. Por otro, una dosis gore en su final que más bien consigue sacarte una sonrisa que estremecerte.

Es posible que esta mezcla de elementos propios del ensayo, referencias clásicas y actualización de los mismos sea el motivo por el que el señor Bloom decidió encabezar la lista de obras posiblemente canónicas de Balzac con esta La Fille  aux yeux d’or.

Curiosidad: Hay un momento muy importante en el que la joven llama al amante con una palabra especial. En mi traducción es sencillamente Chiquilla. Lo que ocurre a partir de ese momento es tan extraño que pensé que se había traducido mal esa palabra. Así descubrí que en francés Balzac usó Mariquita. Llevado por la curiosidad busqué otra traducción antigua y encontré una en la que se tradujo como Margarita mía. 

 

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