Víctor Hugo: Los miserables

 


¡Por fin he acabado Los miserables! ¡Estos cinco meses me han parecido casi 10 años! Ha sido como ver una de esas series de infinitos capítulos sobre unos idilios imposibles en los que en vano se intenta mantener la tensión sabiendo que, ineluctablemente, desaparecerá con el tiempo.

¡Pero menudo novelón!

Empieza esta colosal obra aproximándonos a un hombre sencillo, un hombre justo. M. Myriel. Tras una vida laica, la revolución francesa le hace partir a Italia y volver convertido en cura. Sus bondades, al cruzarse con Napoleón, le hacen llegar a obispo. Pero no es una figura altiva y deseosa de poder. Nuestro obispo es un buen hombre.

Hugo nos presenta, en contrapunto, a otros personajes que no son tan virtuosos. En particular un senador y un convencional. Este último ofrece argumentos sólidos a favor de la revolución sangrienta que había ocurrido en Francia un poco antes de lo narrado.

Pero enseguida aparecen, como desconectados, los nuevos personajes que van a ser el nuevo foco de atención. No en vano el primer libro se titula Fantima. Por un lado, llega a casa del cura un ex presidiario Juan Vaylean. Marcado socialmente y condenado a la marginación, el encontrarse con un verdadero hombre santo tendrá para él un efecto sanador. Los otros personajes son cuatro chicas y chicos que llevan una relación demasiado liberal, especialmente por parte de ellos, que deciden abandonarlas y volver a sus casas respectivas en pos de la vida burguesa a la que están destinados. Una de las chicas abandonadas es Fantima que, además, está embarazada.

A partir de ese momento su vida es un calvario.

Hugo, como el Galdós de los inicios, se muestra como un auténtico maestro pulsando nuestros sentimientos al ver cómo los miserables le hacen pasar canutas a la pobre Fantima. Empezamos a sentir el doble sentido del título. Y, lo mejor, aprendemos que hemos de alejarnos lo suficiente de la historia para ver a todos desde el significado latino del término: dignos de compasión.

Despistados por la aparición y desaparición de los personajes, poco a poco vamos descubriendo que el personaje principal es Vaylean. Superhéroe moral, va a ser perseguido hasta el final por Javert, representante de la justicia que vela sin desmayo por el cumplimiento de la ley. En su camino se cruza, durante prácticamente todo el libro, el ladrón y posadero Thénardier y su mujer e hijas. La desdicha de Fantima en toparse con ellos hará que les deje a su cuidado a su hija Cosette. Vaylean, la salvará de su esclavitud y la adoptará como hija. Ajena a la historia de su padre adoptivo, Cosette le acompañará en sus aventuras en París. Allí, al hacerse mayor, se enamorará de Marius.  Un joven que va a situarse en una caprichosa intersección de todas las historias que nosotros conocemos y él no. Ingenuo, inexperto, va dando pasos equivocados que parecen dispuestos para que el libro acabe dramáticamente frustrándonos sin más.

En Hugo todavía subyace la idea de novela romántica. A medida que avanza la historia nos damos cuenta de que nos encontramos con un narrador anticuado. Vemos cómo pierde la oportunidad de introducirse en la mente de los personajes y se limita a intentar describir sin dejar de estar presente.

Además, está claro que Víctor Hugo quiso escribir una novela global y entra en disquisiciones históricas que hoy en día más aburren que entretienen. Por suerte, cuando las abandona y regresa a la historia principal, ésta tiene tanta emoción que por momentos nos atrapa. Así vamos atravesando esta larga travesía, en algunos momentos en calma, que se nos hace anodina, y en otros agitados por un oleaje moderado.

El propio autor dice casi al final del libro:

El libro que el lector tiene ante los ojos en este momento es, de cabo a rabo, en conjunto y en sus detalles, fueren cuales fueren sus intermitencias, sus excepciones o sus desfallecimientos, el camino del mal hacia el bien, de lo injusto hacia lo justo, de lo falso hacia lo cierto, de la noche hacia el día, del apetito hacia la conciencia, de la podredumbre hacia la vida, de la bestialidad hacia el deber, del infierno hacia el cielo, de la nada hacia Dios. Punto de partida: la materia; punto de llegada: el alma.

 

 

 

 

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