Wenceslao Fernández Flórez: El bosque animado
De Wenceslao
Fernández Flórez me leí, con gusto y asombro, Volvoreta
(1917). Por diferentes motivos, que quizás no vengan al caso, quería leer su
emblemática obra: El
bosque animado (1943). Prácticamente todo el mundo la considera su
mejor obra, su testamento espiritual. Cito unas palabras de Trapiello sobre
el autor en su memorable libro Las armas y las letras:
(La Coruña, 1885-Madrid,
1964). Novelista. Pasó el primer año de la guerra refugiado en una embajada de
Madrid, como relató a los pocos meses en una novela-reportaje que tituló Una
isla en el mar rojo (1939). También sobre la guerra, en clave grotesca, escribió
La novela número 13 (1941). Como Camba y muchos otros, la posguerra lo licenció
de las gabelas propagandistas y lo devolvió a la tarea literaria, recompensado
por su magnífica novela El bosque animado (1943).
Sin lugar a dudas es una novela
muy bella, muy espiritual, muy próxima a la tierra (a la de todos y a la suya),
muy próxima a la naturaleza. A veces me ha recordado a los cuentos de Hans
Christian Andersen (que no he reseñado porque empecé a leer la recopilación
de sus cuentos completos y no he llegado a terminarla). Por su cercanía a la
naturaleza para bien y para mal. Porque la naturaleza atesora al mismo tiempo
belleza y crueldad, vida y muerte.
No es una novela al uso.
Salpicada de anécdotas, de historias que se cuentan, de personajes que surgen por
aquí y desaparecen por allá, en muchos momentos fábula; en toda la obra se
percibe la intención artística: la búsqueda de la prosa bella, la búsqueda del
alma última. No obstante, ese tono de cuento infantil que en gran parte está
presente, te llega a descolocar un poco. No sabes si tomártela en serio. Quizás
no seas el interlocutor adecuado. Pero, ¿podemos leerla olvidando que se
publica en 1943?
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