Wenceslao Fernández Flórez: Volvoreta

 

En el estudio preliminar de La Novela corta española: Promoción de "El Cuento semanal" (1901-1920). Aguilar, 1959, Federico Carlos Sáinz de Robles, defiende con especial entusiasmo la creación novelesca española durante el primer tercio del siglo XX. Entusiasmo que en parte muestra desmereciendo la novela española que se estaba dando tras la Guerra Civil. En ese extenso estudio, proporciona una impresionante lista de autores y de sus obras, entre los que destaca como sus preferidos a Gabriel Miró, Ricardo León, Concha Espina, Wenceslao Fernández Flórez, José Francés, González Anaya, Alberto Insúa, López de Haro, Martínez Olmedilla, Pérez de Ayala, Zamacóis, Hernández Cata, Francisco Camba, Roberto Molina y Vicente Díez de Tejada.

Asombra la gran cantidad de autores y de obras de las que nos habla el erudito. Especialmente cuando uno está acostumbrado a citar casi exclusivamente a Azorín, Baroja, Unamuno y Valle-Inclán cuando nos referimos a la novela española de aquel entonces.

De Wenceslao Fernández Flórez no había leído nada hasta ahora. Encasillado en la literatura humorística, no en balde su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua se tituló El humor en la literatura española, no le había prestado atención. Pero resulta que no todo lo que escribió fueron obras humorísticas. 

Volvoreta (mariposa en gallego), es una deliciosa novela corta imprescindible para todos los amantes de la literatura española. Copio parte del prólogo porque resume muy bien la “intención” del autor:

 Cuando leas esta novela, ¿qué gesto será el tuyo, eminente crítico?… Yo lo sé. Yo sé que con este puñado de cuartillas te voy a producir un lamentable disgusto. Al llegar al final, tú arrojarás el volumen con desaliento; tú harás un gesto de tristeza, que será corregido por un gesto de desdén.

 Habrás descubierto que esta novela no tiene tesis.

 No tiene tesis, ¡ay de mí!, es verdad. ¿Qué viene, entonces, a hacer al mundo?… ¡Dios mío, no lo sé!…

 Cogí, para hacer la novela, el espejo aquel de la frase de Saint-Real que tomó por lema Enrique Beyle, el que amó la sencillez tanto como yo la amo, y lo paseé, como él quería, a lo largo de un trozo de camino. Nunca copió mi espejo más que la misma vida, y al rebuscar en ella no encontré el sistemático triunfo de una idea, ni el de la acción moral, ni el de la acción impura.

 Lo que mi espejo copió, aquí está: una brizna de dolor, una brizna de ironía, una sonrisa y algunos de esos episodios que todos pueden vivir.

 Un amor de juventud, un amor imposible, un retrato de una época.

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