Mikita Brottman: Contra la lectura
No sé si para otros adictos a la
lectura (como yo lo soy), el efecto de este título ha sido parecido al que ha
producido en mí. Es evidente que Mikita Brottman
intenta provocar. O, mejor dicho, los editores españoles. Pues el original en
inglés: The Solitary
Vice: Against Reading, me parece algo más suave que el sencillo Contra
la lectura. En mi caso ha sido como un imán.
¿Cómo se puede estar contra la
lectura? ¿Qué depravada mente ha podido escribir un libro semejante?
En este libro expongo dos
argumentos básicos. El primero de ellos es que la lectura, en sí misma, no es
necesariamente una actividad virtuosa; qué se lee y cómo se lee marcan la
diferencia. El segundo es que leer demasiado es, de hecho, algo posible. Es una
afección poco frecuente, y no es un problema ni mucho menos tan común como el
de no leer nada de nada, la queja que ya estamos aburridos de oír. Del mismo
modo que se aconseja a los corredores de fondo que beban mucha agua y se alerta
sobre los casos en los que algún atleta ha podido desmayarse a consecuencia de
una deshidratación o un sobrecalentamiento, son muy pocas las ocasiones en las
que nos enteramos de que alguien, tras haberse tomado muy en serio este
consejo, bebe demasiada agua, empieza a encontrarse mal y a vomitar a causa de
una sobrehidratación. Pero pasa.
Estas palabras que leemos en el
prólogo quizás tranquilicen a los levemente adictos. En mi caso,
generaron más expectación porque, justamente en estos momentos de mi vida, pienso
algo parecido: creo que leo demasiado, innecesariamente, y no veo que sea un terrible
drama el que la gente no lea [tampoco creo que me haga mejor persona leer, por
ejemplo]. De todas maneras, a poco que uno sea muy estúpido, enseguida se
percata de que detrás del título y de esos argumentos básicos, en el
fondo ha de haber una apología de la lectura. Porque lo que se ataca es
la “mala lectura”.
La lectura puede ser mala cuando
eres una persona que te evades de la realidad, de las relaciones sociales, de
la familia o de los problemas, sumergiéndote de manera convulsa o incontrolada
en ella. En tal caso te sirve de coraza que al tiempo que te protege, te aísla
del mundo enfermizamente. También cuando uno se empeña en leer cosas que
realmente no le interesan porque es un maniático de la lectura o un bibliomaniático.
Por eso la autora está en contra de muchas de las campañas de lectura que se
llevan a cabo, así como de muchos de los planes de estudio universitarios, que
convierten la lectura en un tortuoso camino por el que han de transitar
alumnos y lectores para llegar a ser reconocidos como buenos lectores y/o
personas cultas de buen nivel.
Para evitar esos problemas Mikita
aboga por una lectura de entretenimiento, ligera, adecuada a cada persona en la
que dejarse un libro a medias no ha de ser considerado como un acto de traición
al mundo ni a uno mismo, sino como un acto de sana libertad.
A mi juicio casi todo lo que dice
es muy razonable. Pero creo que se sitúa en una posición demasiado popular
y tiende a menospreciar la lectura culta demagógicamente, pensando más bien en
una masa que no lee porque lo que le ofrecen es demasiado literario. Así,
cuando valora las diferentes lecturas obligatorias de los planes de estudio o
los clásicos canónicos, tiende a considerarlo lecturas de especialistas que es
mejor no intentar.
Y entonces, desgraciadamente, llega
a decir esta barbaridad (que copio íntegramente para que cada lector opine lo
que considere oportuno):
En cuanto a las novelas
«clásicas», algunas están simplemente sobrevaloradas. Siempre me ha parecido
que Don Quijote —todavía considerada por Harold Bloom la «mejor novela jamás
escrita»— debería ser excluida de todas las listas de lecturas universitarias.
En particular, el primer volumen es aburrido y tortuoso, un refrito de viejas
historias sacadas de las novelas de caballerías. Para el lector actual es
realmente difícil sumergirse en lo que en esencia es un argumento muy básico
repleto de digresiones superfluas e irrelevantes que no tienen nada que ver con
los personajes o acontecimientos principales. Y, lo que es todavía peor,
siempre que las cosas empiezan a ponerse interesantes, la acción se ve
interrumpida por alguno de los largos y pedantes discursos de Don Quijote sobre
las virtudes de la caballerosidad. En la época en la que escribía Cervantes, la
forma de la novela aún se encontraba en una fase de desarrollo tan primitiva
que ni uno solo de los pensamientos de los personajes aparece internalizado; todas
las observaciones se realizan en voz alta, lo que conduce a páginas enteras de
conversaciones e interpretaciones que rápidamente resultan agotadoras y
difíciles de seguir. A todo esto hay que añadir los continuos azotes y golpes
que sin ningún motivo sufren las dos monturas —Rocinante, el pobre y viejo
rocín de Don Quijote, y el burro sin nombre de Sancho Panza— a lo largo de las
ochocientas páginas; no entiendo por qué se supone que debe ser divertido.
Al leer esto, a pesar de conocer
la diferencia entre la cultura mediterránea y la anglo-germánica que tan bien nos
presenta Ortega en su Meditaciones
del Quijote, no puedo dejar de pensar que esta mujer es idiota
(perdón por el insulto, no es más que el reflejo del total rechazo a esas
palabras). Y que su manera, actual, de entender el mundo y la literatura, su
afán por hacer de la lectura algo sencillo y placentero, por ver los libros del
pasado como algo superado por las técnicas y estilos más modernos que debemos
evitar, no es más que una mirada estrecha a un gran mundo de creación y a una
larga historia literaria.
Curiosamente, el ataque que
realiza a numerosos libros o lecturas “obligatorias”, es muy interesante. No
por el ataque en sí mismo, sino por la lista de libros que nos
ofrece.
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