J. Ortega y Gasset: Meditaciones del Quijote


Dice Julián Marías en la introducción a las Meditaciones del Quijote de José ortega y Gasset,  que este primer libro del filósofo español es clave para comprender toda su obra.

Este libro era el primero de su autor, José Ortega y Gasset. Su título estaba precedido de otro más general: Meditaciones; en su contraportada se anunciaban nada menos que diez, toda una suerte de ellas. Estas Meditaciones del Quijote eran solo el primer volumen, en rigor solo medio libro, la meditación preliminar y la primera, a las cuales habían de seguir otras dos; y a todo ello se anteponía un prólogo, introducido por un amistoso vocativo: “Lector...”

Creo que todo el mundo conoce la frase Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. Algunos también que aparece en estas Meditaciones del Quijote, primer libro publicado por Ortega y Gasset en 1914. Yo me lo he leído hasta tres veces y creo que me lo podría seguir leyendo otras tantas veces, o incluso acudir a algún seminario en donde se analice con detenimiento. Es un extraño libro en el que desde un paseo por El Escorial se empieza a divagar sobre aquello de las ramas que no dejan ver el bosque y se acaba tratando lo que es la novela habiendo pasado por innumerables temas. Al mismo tiempo que escribe sobre sus impresiones personales sobre el paisaje, es capaz de recorrer la historia de la filosofía occidental y establecer la evolución de la narración desde las epopeyas antiguas hasta el moderno realismo.

Su carácter iniciático, el formar parte en principio de un plan muy extenso, la elección artística de expresión, todo ello genera una sensación de desorden o caos en el lector. Curiosamente nos dice Ortega:

Existe, efectivamente, una diferencia esencial entre la cultura germánica y la latina: aquella es la cultura de las realidades profundas y esta la cultura de las superficies. En rigor, pues, dos dimensiones distintas de la cultura europea integral.

…  es característico de nuestros pensadores latinos una gentileza aparente, bajo la cual yacen, cuando no grotescas combinaciones de conceptos, una radical imprecisión, un defecto de elegancia mental, esa torpeza de movimientos que padece el organismo cuando se mueve en un elemento que no le es afín.

Para un mediterráneo no es lo más importante la esencia de una cosa, sino su presencia, su actualidad: a las cosas preferimos la sensación viva de las cosas.  

Ortega antepone Cervantes a Goethe en su forma de narrar, propias del carácter mediterráneo de uno frente al germánico del otro. El realismo que inventa Cervantes, la novela que inventa Cervantes, que deberíamos llamar impresionismo según Ortega, es el que nos hace sentir las cosas lejos de limitarse a describirlas.

Mientras no distingamos entre las cosas y la apariencia de las cosas lo más genuino del arte meridional se escapará a nuestra comprensión.

Llegar a esta distinción es una opción personal, un esfuerzo de comprensión. Una actitud filosófica. Porque la filosofía es: amor frente al rencor; es interconexión; es querer comprender, ampliar miras. Es, también, una vía moral, pues lo moral es lo que está dispuesto a cambiar. La ciencia acumula hechos. La filosofía los sintetiza.

Yo sólo ofrezco modi res considerandi, posibles maneras nuevas de mirar las cosas. Invito al lector a que las ensaye por sí mismo, que experimente si, en efecto, proporcionan visiones fecundas: él, pues, en virtud de su íntima y leal experiencia, probará su verdad o su error.

Ortega acaba el libro con una crítica al Naturalismo, por otro lado ya decadente en aquella época.

Llega la hora del «roman experimental»: Zola no aprende su poesía en Homero ni en Shakespeare, sino en Claudio Bernard. Se trata siempre de hablarnos del hombre. Pero como ahora el hombre no es sujeto de sus actos sino que es movido por el medio en que vive, la novela buscará la representación del medio. El medio es el único protagonista.

 Se habla de producir el «ambiente». Se somete el arte a una policía: la verosimilitud. ¿Pero es que la tragedia no tiene su interna, independiente verosimilitud? ¿No hay un vero estético –lo bello? ¿Y una similitud a lo bello? Ahí está, que no lo hay, según el positivismo: lo bello es lo verosímil y lo verdadero es solo la física. La novela aspira a fisiología.

Una noche en el Pére Lachaise, Bouvard y Pécuchet entierran la poesía –en honor a la verosimilitud y al determinismo. 


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