J. Ortega y Gasset: La deshumanización del arte e Ideas sobre la novela
Aunque La deshumanización del arte e Ideas sobre la novela se escribió en 1925, mantiene su actualidad hoy en día. Lejos del lirismo que encontramos a veces en Meditaciones del Quijote, hay en este libro cierto afán de “entretener explicando”. El arte nuevo al que hace referencia por aquel entonces puede considerarse como el arte moderno que encontramos en los museos con ese nombre.
¿Cuál es el nuevo arte?
Nos dice Ortega que el nuevo arte tiene la característica de
dividir a la sociedad en dos grupos: el de los que le gusta y el de los que no.
Pero el origen del desagrado, en este caso, es porque no lo entienden. No solo
no lo entienden, sino que se indignan y no lo consideran arte. No es, por tanto, popular. La masa, acepta el arte que le genera
interés y lo cree posible (verosímil). Es decir, a grandes rasgos, el arte
popular es realista (recordemos que, en las Meditaciones, Ortega
consideraba mejor el término impresionista).
Este arte realista, acabado el
siglo XIX, se ha agotado. Los nuevos artistas (se incluye a los escritores,
aunque la segunda parte del ensayo es la que se dedica a la novela), buscan la fruición
estética. Una fruición que se fundamenta en la contemplación de la
realidad. Realidad que admite innumerables puntos de vista y, por tanto,
quererla representar como algo único y universal carece de sentido. Esto es lo
que se considera “deshumanizar” el arte.
El artista desarrolla nuevas vías
de expresión usando metáforas, cambiando la perspectiva (suprarrealista o
infrarrealista), poniendo el énfasis en lo nimio, evitando tomarse en serio,
buscando la intranscendencia de su obra. No se busca llegar a ser igual que uno
de los grandes artistas del XIX.
Cuando habla concretamente de la
novela, considera que el lector instruido, ha aprendido, ha evolucionado, con
sus lecturas. Así, el estilo del XIX ya no les impresiona. Para el lector
habitual, no necesariamente es un “intelectual”, la simple narración de hechos
no les (nos) convence. Lo que genera
interés es ver a los personajes actuar. Abandonamos el gusto por la acción
(que nos arrebata en su dramática carrera) y nos decantamos por lo atmosférico
(que nos invita simplemente a su contemplación). El novelista ha de intentar anestesiarnos
(evadirnos de nuestro mundo) con una generosa plenitud de detalles.
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