José Herrera Petere: Acero de Madrid
José María Martínez Pechero fue un crítico literario que escribió en 1983 el artículo Cuatro novelas españolas «de» y «en» la Guerra Civil (1936-1939). Los años 30 del siglo XX, en España, en cuanto a la novela, son muy peculiares. Las novelas a las que hace referencia son: Retaguardia de Concha Espina, Contraataque de R.J. Sender, Madrid de corte a cheka de A. de Foxá y Acero de Madrid de J. Herrera Petere (he podido leer Acero de Madrid gracias a que se encuentra digital aquí). Me he decidido por esta última de las cuatro porque desconocía totalmente su existencia y a su autor (y porque la he encontrado online).
Acero..., crónica a veces
(como en la página 83), casi noticia periodística en ocasiones, es un libro
panfletario -con su exaltación incondicional del Quinto Regimiento (II 5) y su
apología de los comisarios políticos (páginas 180-181)- y maniqueo -no hay el
menor intento comprensivo hacia esa petición de la derecha española que era
modesta y sufrida clase media, bien ajena a los afanes dinerarios invocados en
páginas 52 y 92, a la barbarie y degradación moral de páginas 105 y 112, o a la
corrupción del alto funcionario Corcuera (página 56) que el autor da como
únicos integrantes de aquella ideología política-. Tal maniqueísmo se extiende
a la misma guerra, que parece una disputa entre buenos y malos, esto es: pueblo
y fascistas, los cuales son cobardes (página 121) pese a tenerlo todo de su
parte (página 123) y representan, simbólicamente, «lo verde, lo negro, la
sombra» frente a «el sol, lo claro, lo rojo» (página 84), monopolio de sus
opuestos. De acuerdo con su partidismo militante Herrera Petere insulta a los
enemigos -«[...] los borricos militares españoles» (página 37), a los que
compendiosamente representa el apellidado Pezuño, quienes parecen obsesionar al
escritor; «[...] una armoniosa y parlante pera llamada Gil Robles» (página 46)
-e incurre en inexactitudes- la Falange Española de las J.O.N.S. nunca dijo lo
que Herrera Petere gusta de atribuir a un supuesto propagandista suyo (páginas
22-23: desde «hay que salvar a España» hasta «el movimiento marxista español»);
en ninguno de los frecuentes altercados callejeros posteriores al triunfo
electoral del Frente Popular (febrero de 1936) llegó a haber «un centenar de
muertos y heridos», como se dice en la página 37.
Sin embargo, a mi no me ha
parecido tan panfletaria y maniquea. Supongo que en parte es debido,
en este caso, a la comunión entre lector y escritor. Porque, no sé si es
necesario decir subjetivamente, yo sí considero que hubo “buenos” y “malos”.
De hecho, me ha sorprendido cómo en
ocasiones nos describe los motivos, las justificaciones y los miedos de los
sublevados y de los que los apoyaban. Pero, independientemente de esto, creo
que lo que destaca de esta novela es su poesía. Se nota que J. Herrera
tiene mucho de poeta. Así no nos encontramos con una narración tradicional. Párrafos
compuestos con una única frase. Capítulos con secciones, salto entre los puntos
de vista de los personajes, realidad, ficción:
Me acuerdo perfectamente: nevaba
ese día con la nieve del último día de febrero y el vendaval del primer día de
marzo.
La plaza de
toros nueva era, sin embargo, un inmenso horno de entusiasmo, una enorme
caldera de verdad y de justicia. Sólo el viento del Guadarrama arrojaba nieve
menuda sobre los tejadillos de la plaza.
Los
tendidos y el ruedo estaban llenos de cabezas, hombros y brazos madrileños.
Cuando aplaudían, sus manos parecían miles de chispas eléctricas.
Y se
aplaudía siempre que se pronunciaba la palabra Justicia o siempre que se
pronunciaba la palabra Asturias.
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