Camilo José Cela: La Familia de Pascual Duarte


Desde que leí La familia de Pascual Duarte en mi mocedad, consideraba esta novela como una gran novela. Dije hace unos días en la reseña de Niebla, que aquel fue uno de los libros que me adentró en la literatura con mayúsculas; como esta de Cela.

Ahora, tantos años después, con esta relectura, me doy cuenta de la gran impronta que dejó en mi espíritu. Lejos de sentirla pueril, como sentí Niebla, desde la primera magnífica frase Yo, señor, no soy malo... me he extasiado con la lectura. No voy a decir que en cada página la emoción me ha embargado, pero sí puedo decir que han sido muchas en las que se me han humedecido los ojos. No por los acontecimientos leídos, sino por esa emoción que uno siente a veces al contemplar una obra de arte o un paisaje bello (con perdón). Cómo aquel personaje polémico, al que habían concedido el Nobel, que aparecía en la televisión pretendiendo ser gracioso rozando el mal gusto pudo escribir una obra como esta es para mí un misterio. Esta, y las otras maravillas que escribió.

Se dice que La Familia de Pascual Duarte fue como una explosión en el páramo literario tras la guerra civil. Inaugura el tremendismo. Sigue siendo, hoy en día, una obra que impresiona al lector.  Si te recuestas en un sillón para leerla, a las pocas páginas te has de incorporar, coger el libro con las dos manos y dejarte llevar por este extraño Pascual Duarte, mezcla inverosímil de bruto, ímpetu salvaje y dominio volátil, capaz de describirnos su vida a salto de mata, con un lenguaje aparentemente impropio pero que nos hace pensar en él como un personaje real, de carne y hueso.

Usted sabrá disculpar el poco orden que llevo en el relato, que por eso de seguir por la persona y no por el tiempo me hace andar saltando del principio al fin y del fin a los principios como langosta vareada, pero resulta que de manera alguna, que ésta no sea, podría llevarlo, ya que lo suelto como me sale y a las mientes me viene, sin pararme a construirlo como una novela, ya que, a más de que probablemente no me saldría, siempre estarla a pique del peligro que me daría el empezar a hablar y a hablar para quedarme de pronto tan ahogado y tan parado que no supiera por dónde salir.

Ahora. Después de los años, y quizás por la insana costumbre de buscar más allá de las palabras alguna secreta intención, un significado profundo, veo en Pascual Duarte la España que perdió la guerra (si no fueron las dos). Una España de agrio talante, harta de los desaires, de las miradas por encima del hombro, de la pobreza y sumisión, que quiso hacer justicia con sus propias manos y a la que el futuro deparaba el castigo de la ley

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