Carmen de Burgos: El perseguidor

 


Al igual que me sorprendió el final de La esfinge maragata, el final de El perseguidor me ha desconcertado.

 Veía con claridad que era vano luchar contra el amor y pretender esa vida artificial, egoísta, que suelen tener algunas mujeres por un excesivo celo de su independencia. Un extremo de sujeción le hacía caer en otro extremo de libertad exagerada hasta lo absurdo.

Ahora se sentía satisfecha, feliz, en una vida sanamente equilibrada. Había ocultado cuidadosamente a su marido la parle que, el deseo de verse protegida tomaba en su casamiento, y al crearse su hogar libre, sereno, sano, en el que no era la sacrificada, se sentía dichosa.

Era un delirio el deseo de independencia, que lleva hasta el egoísmo. Queriendo estar sola, había creado el fantasma de su miedo, siguiéndola y persiguiéndola al través del mundo, bajo la forma del hombre de la pelliza. Habiendo matado su soledad, había alejado para siempre definitivamente, a ese hombre que persigue siempre a las mujeres solas en las calles nocturnas, en los más deliciosos y apartados parajes del mundo y en todos los momentos más dulces de su soledad.

 Me parece que es un feminismo descafeinado, si uno se guía por los otros títulos de obras que escribió como: El divorcio en España (1904) o La mujer moderna y sus derechos (1920). No obstante, como no las he leído solo puedo reconocer que no me ha encajado con lo que esos títulos me sugieren. A pesar de ello, hay un interesante trabajo de Silvia M. Roca-Martínez sobre esta novela corta y el feminismo gótico.  Dicho esto, poco más hay que añadir pues el párrafo que he puesto más arriba sirve para hacerse una idea de todo lo que pasa en esta breve novela.

 

 

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