Emilia Pardo Bazán: La sirena negra

 


En la reseña a La quimera comenté que se notaba la intención de Emilia Pardo Bazán de adaptarse a las nuevas tendencias literarias. En La sirena negra va aún más lejos. No solo usa la primera persona como narrador, sino que, además, utiliza el presente de indicativo en muchas ocasiones.  El efecto es bastante extraño porque, como ya dije entonces, me parece que se nota como cierta impostura.

El origen puede ser la disonancia entre la trama y el estilo. Quiero decir, que cuando el tema es el yo del personaje, todas las técnicas “modernas” de diálogo interior, de introspección, el mirar la naturaleza o el entorno bajo el prisma subjetivo del personaje, el hacer desaparecer el narrador, tienen sentido. Pero no consigue, a mi entender, que el tema sea realmente el personaje: Gaspar de Montenegro Sigue depositando en la trama el peso narrativo de la novela.  

Pardo Bazán pretende meternos en la piel de un hombre muy singular. Nada más empezar nos dice:

Espero no poseer amigo ninguno; no tanto por culpa de los que pudieran serlo, cuanto por la mía. Si alguna vez me he dejado llevar del deseo de comunicación, de expansión, de registrarme el alma y enseñar un poco de su oscuro contenido a la media hora de hacerlo estaba corrido y pesaroso, según estaría un sacerdote hebreo que hubiese permitido a un profano tocar al arca de alianza.

Algo le atormenta. No mira la vida con una sonrisa, a pesar de su buena posición social y económica. Su hermana cree que lo mejor es que se case. Pero esto a él no le convence. La casualidad hace conocer a una madre soltera muy enferma. Ve en la “adopción” del crío una oportunidad para dar sentido a su vida. Pero cree que lo mejor para el niño es que tenga también una nueva madre. Entonces busca a alguien que se quiera casar con él para que se encargue (también) del niño. No parece ser consciente del momento histórico en el que vive. De lo cruel que puede ser una sociedad que no acepta esas “modernidades” familiares.  

 

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