Gabriel Miró: Nuestro padre San Daniel


 

¡Otro positivo descubrimiento! 

Tenía en mi mente entrelazados a Gabriel Miró y Azorín. Consideraba a aquel, discípulo del otro. A Azorín,maestro del bostezo”, y a Miró, aventajado educando que por no aburrir con sofismas y disertaciones infinitas se decidió por la pintura con palabras. Los prejuicios los genera la ignorancia. La opinión, en ocasiones, el corazón. El estudio, la lectura, nos permiten abandonar prejuicios, cambiar de opinión y aproximarnos a la verdad.

Nuestro padre San Daniel es una muy agradable lectura. Cierto que no pasa gran cosa, que a Miró le encanta pintar con palabras y que no se inquieta por recordarnos, al principio, el principio de La voluntad, de su amigo-maestro (Siempre ha sido posible hablar de Azorín sin nombrar a Miró, pero muchos críticos parece que no han encontrado la manera de comentar a Miró sino en combinación con su amigo Azorín. E.L. King). Pero el ritmo, la agilidad y dulzura y la dureza que muestra Miró en esta novela no la he encontrado yo en las páginas de Azorín que he leído (hasta ahora). Madariaga, en el prólogo nos dice (de ambos):

«Miró se ha adentrado, pues, más allá (en la región en la que mana la poesía grande) por la vía plástica de acceso a las cosas, porque, si inferior como artista, le es superior en sentido de la naturaleza y de lo humano»

Yo me declaro incompetente para valorar artísticamente a ambos y ponerles una nota. Pero sí me atrevo a recomendar sin ninguna duda esta novela de Miró que acompañó con una segunda parte, El obispo leproso, que espero leer próximamente.  

 

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