Romain Rolland: Juan Cristóbal (1): El alba

 


Cuando hace años me dio por completar mi biblioteca con autores laureados con el Premio Nobel, una de las dificultades con las que me encontré fue que no era fácil conseguir sus obras más importantes o representativas. El caso de Jean-Cristophe, traducido por Juan Cristóbal, al completo, fue uno de ellos. Al final conseguí una edición de los diez libros en un par de tomos publicada en México. Creo que esa dificultad envolvió esta obra de cierta aureola casi mística. Pero, como en otras ocasiones, la pasión coleccionista se impuso a la lectora y el libro acabó en un estante condenado, aparentemente, al olvido.

Por ciertas ligaduras evidentes, aunque naifs, Juan Cristóbal quedó en mí unido a En busca del tiempo perdido. Si no me equivoco Proust sólo cita una vez a Romain Rolland en su opera magna. El comité Nobel le concedió su máxima distinción en Literatura como homenaje al elevado idealismo de su producción literaria y a la simpatía y amor a la verdad con que ha descrito diferentes tipos de seres humanos. Independientemente del género literario, la escritura de Rolland gira en torno a la búsqueda de la felicidad y la verdad. Jean Christophe Krafft y Anette Rivière, los personajes principales de la serie de novelas Jean-Christophe y L'Ame enchantée (El alma encantada), luchan por su supervivencia tanto espiritual como material. Rolland acuñó el término “roman-fleuve” (literalmente “novela- río”) para describir la naturaleza de la serie de novelas. De alguna manera es la antítesis proustiana. Puede que para Proust fuera precisamente Juan Cristóbal el referente de lo que no quería hacer.  Romain ganó el Nobel y Proust escribió una de las mejores obras literarias jamás escritas (aunque muchos no puedan pasar de la segunda página).

Independientemente de estos comentarios que me vienen a la cabeza, creo que la intención de Romain Rolland era liberar a la novela del impulso truculento que el Naturalismo le había dado. En este primer libro de la novela-río, vemos a un niño nacido en un ambiente tan desgraciado como en el que vimos nacer a Naná en La taberna. Pero a diferencia de los caracteres que nos pinta Zola, Romain nos hace ver el tesón, el cariño, el virtuosismo musical de sus personajes y cómo esos valores les permiten sobreponerse a los condicionantes sociales. El alba, independientemente de la bajeza moral de algunos personajes, especialmente el padre, nos rememora el inicio de Así habló Zaratrusta en el que al nuevo hombre nietzscheano le corresponde un niño especialmente dotado para la música que sufre penurias en lo material y es capaz de subir al éxtasis de lo humano cuando se deja en manos de la más perfecta de las creaciones artísticas.

Posiblemente lo peor de la novela es que los personajes no están muy bien logrados. Salvo Juan Cristóbal y su tío, que muestran cierta originalidad, la madre, el abuelo y el padre se nos presentan estereotipados. Notamos que cumplen su función, pero nada más. No obstante, hay momentos que Romain logra pulsarnos algunas fibras interiores y emocionarnos en menor o mayor medida. Este primer libro me ha parecido como el primer capítulo de una serie de televisión que te gusta pero que, en vez de ponerte a ver enseguida el siguiente capítulo, lo dejas para otro momento.

 

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