Armando Palacio Valdés: El origen del pensamiento

 


En el prólogo a El origen del pensamiento en Obras selectas escrito por Joaquín de Entrambasaguas, uno aprecia cierto menosprecio a gran parte de la obra de Palacio Valdés por parte del prologuista. Así la agrupa en tres épocas y nos dice que tras la primera época la obra del autor pierde valor llegando a afirmar que será uno de los autores que el tiempo se encargará de borrar. Si echáis un vistazo a la biografía de Entrambasaguas comprobaréis que da un poco de miedo (o “asco”, según os parezca).

Independientemente de las palabras del despreciable censor, me ha encantado esta novela de 1893. Hay en ella la originalidad y frescura que hacen de Palacio Valdés un escritor sumamente especial. Quizás la mayor crítica en su momento fuera la descentralización del protagonista por la que apuesta.

Cuando al principio nos sitúa en el café El Siglo, un café burgués, nada que ver con el que Dicenta usa en Juan José,  y nos va presentando magistralmente a cada uno de los personajes, pensamos que vamos a acompañar a Mario a lo largo y ancho de la novela. Y sin que deje de ser el personaje principal junto a Carlota, en más de una ocasión nos desvía Palacio Valdés para contemplar las hazañas de los otros personajes. En especial las de Pantaleón y de Adolfo Moreno, pareja de antropólogos que observamos con extrañeza sin saber si tras su “espíritu científico” reside la cordura o la locura. El humor tan sarcástico de Valdés nos descoloca. Especialmente cuando los acontecimientos toman un cariz truculento que nos hace creer que la cosa va a acabar muy mal. Además de las dos parejas de personajes a las que he aludido, Valdés incluye otras relaciones interesantes en las que nos pone el ojo en diferentes momentos. La hermana de Carlota y el violinista. La prestamista y el joven “religioso” Llot. El donjuán y su “chula”…

Y como en las otras novelas de Palacio Valdés, el bien, representado por los personajes más dignos de elogio sale victorioso.

 

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